domingo, 15 de septiembre de 2019

Reseña de El Druida celtíbero en e-book

AMAZON dice de El Druida Celtíbero:

El libro cuenta la historia de Asio, un joven celtíbero que es hijo bastardo de una estirpe de grandes guerreros. Asio acompaña a su hermano Giscón que al frente de un destacamento arévaco va en ayuda de los celtas que se han rebelado contra el invasor Amílkar Barca. La derrota de los régulos celtas Istolacio e Indortas es total y Asio contempla horrorizado como Giscón, que ha pasado el rito de iniciación a la diosa lunar de los infiernos Atecina, se arroja a la pira de los fideles por su juramento al jefe. La vuelta a Thiermes, su ciudad, es una epopeya que hace en solitario con las cenizas de Giscón y en compañía de lobos.

Asio siente entonces su condición de hijo ilegítimo, aunque su madre Lea no lo trata como tal. Forzado por las circunstancias volverá como jefe guerrero hasta que el horror de la guerra le hace apartarse y seguir un camino más espiritual. Alakén, su amor, no se atreve a seguirlo en esta aventura. Lejos quedan los dulces veranos en Ampurias con su padre espartano y el amante de su padre. Asio se hace mayor y su ascesis continua lo lleva a ser un druida respetado.

El libro trata de la invasión cartaginesa de la Península Ibérica en el siglo III antes de nuestra era. Describe la confederación de los celtas, unidos en torno a los dos caudillos históricos Istolacio e Indortas, el triunfo de Obyssos y la derrota final de Amílkar.

Los temas principales son la lealtad, la búsqueda de la propia felicidad y el rechazo de la guerra. También trata de la dificultad del amor homoerótico entre Asio y Alakén en el mundo patriarcal e hipermasculino de los arévacos, en contraste con la costumbre y permisividad que conoce en la colonia griega de Ampurias, con su padre y los amigos de éste.

Escrito con una prosa tersa y vigorosa, el libro es una muestra perfecta de la fusión entre Literatura e Historia, armonía y contrapunto, verosimilitud y novela.

La crítica acogió con excelentes comentarios esta obra, publicada en papel en 2009 por la editorial La Esfera de los Libros en España, donde estuvo entre los 5 libros más vendidos desde febrero a diciembre del mismo año.

La agencia Efe distribuyó una reseña por la prensa que decía, entre otras cosas: "La capacidad de darse cuenta de los errores y de imprimir un giro en la vida personal y profesional de quien sabe rectificar a tiempo constituye la dinámica argumental de "El druida celtíbero", el nuevo y brillante libro del escritor Ignacio Merino, cuya trama ha ambientado en el siglo III a.C. Con la base histórica de guía y la "intuición y el método deductivo" del propio literato como surtidor de una historia que es fiel a los hechos, pero con alto grado literario, Merino ha tratado de rescatar el ambiente celta y la filosofía druídica, según ha explicado en una entrevista con Efe. 

La historia de Asio resulta fascinante y el conocido estilo del autor, uno de los mejores en novela histórica, hacen el resto hasta hipnotizar al lector".

domingo, 25 de agosto de 2019



La Niña Bonita.

De metáfora de la I República a carta de la baraja y número de la suerte

Inma
Hoy nos traes un tema muy curioso, La Niña Bonita, un concepto relacionado con la Primera República y también con la baraja o la lotería. Qué curioso ¿no?

Nacho
Totalmente. El símbolo parte de un concepto ya existente y dio nombre a la I República nada más nacer. 

Para entender este curioso proceso, vamos a recordar cómo fue aquella sorprendente proclamación, inédita por su civismo.

[Música]

...El hecho es que la Primera República española nació limpiamente por una votación de 1873 en el Congreso de los Diputados. Salió por mayoría absoluta tras la renuncia del desilusionado Amadeo de Saboya, primer rey constitucional de la Historia de España traído por Prim en el fragor del Sexenio Progresista, un hombre voluntarioso de talante liberal y demócrata, francmasón como el general catalán, que no pudo sosegar el clima político ni avanzar en el campo social por las luchas entre los partidos, que tenían paralizada la nación.

Alex
Como ahora

Nacho
Parecido, sí. Amadeo I había sido aceptado por mayoría del Congreso dos años antes, pero al ver que era imposible reconciliar a los españoles y que ni siquiera podía firmar leyes de las Cortes, bloqueadas por unos y otros, renunció a la Corona. Entonces los diputados, impresionados y unidos por aquel rasgo de honradez, votaron por mayoría la República sin ninguna violencia.

Con la nación abotargada por la desidia, harta del desgobierno y alarmada por la gravedad del momento, los demócratas liberales y republicanos se impusieron con el lema “Pasar de ser súbditos a ciudadanos”. El objetivo era que los propios españoles, que ya habían logrado la soberanía nacional con Alfonso XII, se hicieran dueños de su destino al convertirse en sujetos libres de pleno derecho en una república representativa.

Y así, la Niña Bonita fue el mote cariñoso que le pusieron aquellos caballeros que veían en la I República la esperanza de regeneración patria, aunque al final el sueño duraría un año escaso, tras cuatro presidentes, víctima de las rivalidades del propio partido republicano.

[Música]

...No eran tiempos fáciles. La crisis financiera de 1860 había agudizado un malestar social que la inestabilidad política agravó. Los diputados no vieron mejor camino que el fin de un régimen entregado a las intrigas militares, la oligarquía explotadora y la nobleza más rancia.

Expulsados antaño de sus cátedras y perseguidos, los krausistas liberales copaban junto con los masones las tribunas públicas y los ministerios para predicar la buena nueva de un tiempo que exigía una regeneración tajante. Y en su exaltada prédica vistieron de tanta virtud la idea, que la matrona severa que representaba a la nación –aquella que inmortalizó la imagen de la peseta recién creada- se transformó en una doncella pletórica de atributos de lozanía, fuerza, esperanza, felicidad y belleza armónica.

La República se convirtió en la promesa de un futuro liberador, en la venida de un mesías femenino para conducir a un pueblo liberado de sus cadenas. Y como la mentalidad de aquellos caballeros era galante, le pusieron a su dulcinea el nombre de "Niña Bonita", para simbolizar la esperanza viva.

Inma/Alex
Qué bonito ¿no?

Nacho
Sí, porque la Historia se hace de ilusiones y a golpe de empeño, no a fuerza de resignación. El ímpetu permite avanzar, más que el freno. Esa es la gran enseñanza del siglo XIX. Tratar de enmendar errores y superar los infortunios constituye la enseñanza de la Modernidad y el paso a la edad madura en la Historia de Occidente. Ya no valía aceptar el desastre o la opresión como algo inexorable y atribuirlo a la inescrutable voluntad de Dios.

[Música]

A la idea de Niña Bonita le correspondió una imagen: la efigie de una joven idealizada con los atributos de libertad, justicia e igualdad y rodeada de símbolos de progreso, que hizo pública un audaz semanario de Barcelona llamado La Flaca como saludo a la triunfante República.

El dibujo fue adoptado inmediatamente y pasó a representar la identidad del nuevo régimen, como ocurrió en Francia con la Marianne de la Liberté, y así quedó en el imaginario popular. Una virtud femenina igual que la Prudencia o la Felicidad y lo mismo que las aspiraciones cívicas como la Igualdad y la Solidaridad.

Y es en este orden de categorías donde encaja la idea de Res Publica romana que, a la manera griega, trata de la organización política de la Nación por el común de los ciudadanos. La Niña Bonita representa por tanto la idealización de la República como una estructura de vida digna para una sociedad regida por leyes justas.

Alex
¿Llegó la metáfora a la Segunda República?

Nacho
Sí, por la nostalgia de los ideales que encarnaba. La imagen de la I República como una mujer joven, plena de atributos de esperanza, fue reeditada como emblema de la Segunda, aunque actualizada y sintetizada para que el mensaje fuera más nítido.

Se aligeró el aparato iconográfico y se introdujeron variantes como la bandera tricolor o la presencia del león, que sustituyó al gallo de la Primera, pues los castizos reaccionarios y machistas con retranca del Diecinueve no habían desaprovechado la ocasión para hacer un chiste obsceno y decir que la moza, en cuestión,“era más puta que las gallinas”.

[Música]

El símbolo quedó anclado en el sueño regeneracionista y demócrata de fin de siglo. De esta manera atravesó la meseta ideológica de la Restauración mientras retomaba el significado católico que tuvo durante el Barroco, pues la “niña bonita” representaba entonces a la hija bastarda de un poderoso, la apetecida doncella que aguardaba en un convento para ser bien casada y redimir de esta manera su pecado original. Así lo vemos en la zarzuela que con el nombre de La Niña Bonita compuso en 1881 Luis Mariano de Larra, el hijo poco afortunado del llorado Fígaro.

Inma
¿Y cómo llega a la baraja?

Nacho
Adaptándose de nuevo. Como el franquismo impuso a su recuerdo el silencio de los cementerios por su asociación republicana, el concepto hibernó aunque quedó latente en la evocación de los nostálgicos que la redujeron a un código, una cifra inocente –el 15- que se confundía hábilmente con la edad propicia del paso de niña a mujer, cuando en realidad se refería a la fecha de la proclamación oficial de la II República, el 15 de abril.

Y así el símbolo se aferró en su naufragio al último salvavidas: la banalidad del juego, pues para el español común, aún hoy, la niña bonita es sobre todo la sota virgen de las cartas o el 15 que se canta en el bingo y sale en la lotería.

Inma
Pues ésta y otras cosas igual de interesantes, las pueden encontrar en el libro de Ignacio Merino Por qué España, publicado por la editorial Ariel del Grupo Planeta, en 2016. Para quien quiera conocer pasajes curiosos de nuestra historia, anécdotas peculiares y símbolos repletos de significado.

Hasta la próxima, Nacho.

Hasta la próxima, saludos.

[Música]


sábado, 24 de agosto de 2019

La llegada de Amílkar


3

La llegada de Amílkar

Dos años antes había ocurrido la catástrofe. En tan sólo doce lunas la cuenca del Betis se cuajó de estandartes púrpura con la enseña de Cartago. Nuevamente, la raza de los fenicios ocupaba las tierras de la Turdetania, pero esta vez eran sus descendientes africanos quienes llegaban, no para traer madera de cedro e intercambiar sus preciosas mercaderías sino acompañados de todo un ejército. Tampoco se conformaron con permanecer en el litoral, estableciendo factorías y puntos de embarque sino que penetraron en el interior, río arriba.
         Desde que atracaron su flota en Gades, los altaneros jefes cartagineses, a quienes sus rivales romanos llamaban púnicos, no fundaron ninguna colonia ni se interesaron por el vino y aceite que obtenían de Spania y luego vendían a mejor precio por todo el orbe del Mare Nostrum. Tampoco traían con ellos mujeres y niños.
         Durante las cuatro estaciones del curso solar, un numeroso ejército fue avanzando hacia el levante peninsular, lenta e inexorablemente, dejando señales patentes en su camino con el fin de proclamar quiénes eran los nuevos amos. Para que todos conocieran su presencia imperiosa, el consejo de capitanes mandó colocar gallardetes en las veredas principales, sujetos a las copas de los árboles o en peñascos prominentes, además de los postes a la entrada de los poblados y pequeñas guarniciones estratégicas. Una advertencia a los rebeldes, no fueran a olvidar el respeto que debían infundir tales insignias.
Su mensaje era rotundo: nadie debía oponerse a los designios de la república de Cartago, cualquier resistencia significaba cruces con ajusticiados en lo alto de los cerros, pueblos arrasados y esclavitud. Amílkar, el magistrado enviado por el Senado de Cartago, no dejaba otra alternativa a su exigencia de plata, aunque al principio se mostrara cortés con la población de Gades y tratara de ganárselos asegurando que respetaría vidas y haciendas.
Pero las primeras revueltas lo enervaron.
No podía consentir que su fama de general invicto decayera por culpa de un puñado de spanios orgullosos. Tres semanas después de comenzar la marcha hacia Levante en busca de las minas argentíferas, hizo público un edicto en el que dejaba claro que no aceptaría negativas ni se proponía entablar negociaciones o mantener discusiones con los régulos locales. Los emisarios repetían la última frase en celtíbero, ante los atónitos jefes de las tribus y los aterrados miembros de los aerópagos de las ciudades:

Sólo aceptaremos que acatéis los designios del sufete Amílkar [2]. Las poblaciones deben entregar la mayor cantidad posible de plata, de lo contrario sufrirán las consecuencias y la ira de la poderosa Cartago caerá contra quien se rebele.

         Los pueblos meridionales de Spania, íberos aliados y descendientes algunos de ellos de comunes antepasados fenicios, debían colaborar. Todos saldrían ganando y Cartago respetaría sus campos y ciudades, protegiéndolos además contra la temible Roma que ya había puesto los ojos en la Península.
         En las banderolas que jalonaban el curso del gran río, tremolaba el caballo de los Barca. El perfil helénico de la cabeza equina, dorado sobre tela escarlata, daba fe del linaje de quien se titulaba ya Señor de la Turdetania [3]. Para quienes comprendían el sonoro lenguaje de los fenicios, que eran muchos, su nombre no dejaba lugar a dudas: Amílkar significaba “Rayo de la Guerra”.
         Siguiendo lo acordado con el senado cartaginés, el sufete se dirigía con su ejército para apoderarse de los filones argentíferos que, según las noticias de los comerciantes púnicos, salpicaban las montañas del interior y los alrededores de Cástulo [4]. La llegada de los cartagineses a los poblados se desarrollaba según una ceremonia que se repetía una y otra vez. Antes de que aparecieran por el horizonte los carros suntuosos de los generales, sonaban los pífanos, chirriaban los nebals [5] de doce cuerdas y el aire se estremecía con el golpear de cientos de timbales. La tierra temblaba al paso de los elefantes.
En los castros ibéricos, había quien salía con su vajilla de plata o estaño y la ofrecía en una túnica a los conquistadores a cambio de clemencia; otros mostraban las manos con los pulgares hacia abajo en signo de sumisión. La mayoría, sin embargo, corría sin pensarlo a su casa y buscaba el bolsín de cuero que contenía polvo mortífero de hongos para asegurarse una muerte rápida en caso de captura. Se decía que ellos, los crueles cartagineses, torturaban y clavaban en la cruz a sus enemigos.
Algunos régulos de poblaciones importantes, acompañados de sus mujeres e hijos pequeños, precedidos por ancianos sacerdotes, salían a la puerta del oppidum con los brazos extendidos haciendo ostentación de llanto, suplicando. En ocasiones, llegaban emisarios al campamento púnico con documentos escritos en fenicio y griego en los que se hacía pública su lealtad a Cartago y los deseos de tal o cual población por firmar un tratado de paz.
Tales conductas provocaba la cercanía del temido general, con el ejército de temibles mercenarios que en Sicilia se había impuesto a las legiones de Roma.





A menudo recordaba Amílkar su desembarco en la bahía de Gades durante el cálido mes de Elul. Lo había llevado a cabo sin advertirlo de antemano, seguro de la consideración que le brindarían los antiguos tartessos, sus viejos aliados. Convencido de la sumisión que provocaría su fama, le empujaba la soberbia de pertenecer a un linaje que se decía descendiente de la diosa Dido y le hacía sentirse superior, con derecho a imponer su voluntad sin pedir aquiesciencia a nadie. Bastante tenía ya con los escrúpulos de los senadores cartagineses, celosos de su poder y reacios a otorgarle más.
         No erraba sus cálculos el taimado púnico pues ciertamente así fue recibido, entre sonrisas forzadas de los magistrados de Gades que aseguraban sentirse honrados con la presencia de tan insigne personaje en la ciudad, aunque entre ellos desconfiaran de sus verdaderas intenciones.
El sufete declaró, con su impronta de general, que venía a reclutar mercenarios de Spania, pues conocía bien su valor y sobria tenacidad, para hacer frente a la nueva guerra que Cartago se proponía librar contra la ávida república romana. Luego, dejándolo en segundo lugar como si tuviera menor importancia, pero con la mirada fija en la asamblea, añadió que puesto que las indemnizaciones exigidas por el senado romano tras el tratado de paz eran cuantiosas, necesitaba extraer metal argentífero suficiente para hacerlas frente.
         -No puedo tolerar que la interrupción de los suministros de plata ibérica vuelva a provocar una derrota por el abandono de los mercenarios, como ocurrió en Siracusa.
Aunque el recuerdo era amargo, Amílkar quiso evocar la rebelión que se desencadenó en el ejército púnico al no percibir la prometida paga las cohortes ligures, espartanas, baleares y libias. Todos sabían que había sido él quien al frente de un reducido y eficacísimo ejército había aplastado a los mercenarios, llegando incluso a masacrar a las esposas e hijos que los acompañaban.
Un murmullo de inquietud se apoderó de la sala.
Como hermanos de raza, los miembros de la Gerusia no podían negarse a las peticiones de Amílkar aunque tres de ellos, dueños de las minas de hierro que se encontraban a poniente, hicieron muecas de desaprobación. De poco les sirvió su ruidosa protesta a la que el sufete respondió con una mirada fulminante. Al cabo cedieron sin rechistar, ya imaginaban aquellos hacendados que quien osara resistirse podía perder sus propiedades, cuando no la vida.
No hubo más contratiempos.
Tras las primeras conquistas, los ancianos de las ciudades ibéricas no pudieron ocultar su inquietud ante la amenaza a las libertades públicas. Sus llamadas a la resistencia, sin embargo, no encontraron eco suficiente. Por mucho que se sintieran contrariados por la intromisión en sus negocios, los magnates turdetanos se adaptaron sin demasiado esfuerzo a la nueva situación. Aunque nadie lo expresara en público, empezó a tomar cuerpo el convencimiento de que los púnicos traerían prosperidad. Con las vías de comunicación vigiladas, decían, el comercio se intensificaría y hasta los pueblos ladrones de la costa serían sometidos.
"Los íberos somos viejos aliados de Cartago", repetía la mayoría. Y así era. Desde hacía más de trescientos años, los hábiles descendientes de la mítica Tartesos surtían con sus elegantes brazaletes y cinturones de oro la vanidad de los senadores púnicos. En Malaka, como durante centurias habían hecho los fenicios, los cartagineses llenaban sus naves con ánforas de miel, odres de vino dorado y sacos de almendras, pero siempre añadían lingotes de cobre, estaño y plata que ahora resultaban insuficientes.
Tras el suntuoso recibimiento gaditano, Amílkar comprobó que poco había de temer de los turdetanos, al menos como nación. Probablemente hubiera poblados recalcitrantes, régulos con aquel fiero sentido de la independencia que daba fama a Spania en las orillas del Mar Interior. Para hacer frente a esos casos aislados y sojuzgar sus pueblos, había llevado consigo desde Mauritania más de quince mil infantes, entre los que había no pocos hispanos licenciados de la guerra contra Roma que serían una valiosa ayuda para establecer alianzas y convencer a sus paisanos.
Aunque al principio hablara más de alianzas y esfuerzo común contra el enemigo romano, el sufete había surcado el Ponto hasta la Tierra del Norte con el objetivo militar oculto de sofocar el levantamiento de los turdetanos contra las colonias púnicas, apoyados por los griegos. Pero desde el momento en que puso pie en tierra, supo que aquel país riquísimo rodeado de mar y surcado por grandes vegas fluviales, cuajado de minas y bosques, podía ser suyo.
Con más de cincuenta años a sus espaldas, se sentía hastiado de las envidias de los senadores de Cartago, harto de sus continuas encerronas. Le atraía la idea de tener su propio territorio en el que ejercer plena soberanía, a la manera de los cónsules romanos, para ser respetado y temido por todos. Una provincia que le hiciera más rico que nadie y afianzara su reputación de general victorioso.
Podría incluso convertirse en rey.
Tenía estirpe regia, nadie podía discutirle ese derecho.
Aunque en cierta manera le repugnara la idea, pues su mentalidad republicana detestaba a tiranos y reyezuelos, no dejaba de seducirle la idea de instalarse en Spania como sufete de Cartago con rango de monarca. Podría hacerlo a la manera de los kouros de Esparta, estableciendo dinastía propia a través de dos de sus hijos. Y aunque aún eran niños y él podía fallecer antes de la mayoría, tenía como recambio y regente al joven marido de su hija Istria, el fiel Asdrúbal por quien los soldados sentían auténtica veneración.




Con ideas de conquista acariciando su ánimo, mientras observaba su inmensa escuadra cruzar las columnas de Hércules, había avistado la ciudad de Gades acostada en su bahía, el día duodécimo del equinoccio de primavera, en el año 480 de la fundación de Cartago. Sabía del encanto perezoso de aquel enclave, había escuchado mil veces alabar la luz hospitalaria que envolvía sus calles y el carácter alegre de su gente, pero no esperaba tanta belleza.
Antes de desembarcar en la ciudad, se dirigió a la Isla Sacra para ofrecer un sacrificio al antiguo templo fenicio de Melkhart, en el que los nativos habían erigido un altar a Hércules según el gusto helénico que se iba imponiendo en las antaño colonias de Tiro y Sidón. Ante la mirada esquiva de los gobernantes y sin aceptar la ceremonia de bienvenida debida a los Sumos Pontífices, atravesó las filas de curiosos que se fueron formando en las escalinatas del templo atraídos por una mezcla de curiosidad y temor. Subió los peldaños majestuosamente sin que nadie se atreviera a detenerle ni hacer preguntas, revestido con el manto pontifical orlado en púrpura, bien asentada en su cabeza la diadema de oro y piedras preciosas de sufete mientras daba la mano al pequeño Aníbal, su primogénito de nueve años.
A la entrada del templo, en el perímetro sagrado, sacrificó dos toros blancos traídos desde la otra orilla del mar y observó con detenimiento sus entrañas. Luego las entregó al dios y bañó sus manos en la sangre del ara, enseñándolas para que todos vieran que poseía la magistratura suprema. Con este gesto, Amílkar mostraba su comunicación directa con los dioses y hacía patente el derecho divino que le otorgaba capacidad para emprender la guerra o dictar la paz. A continuación ordenó que le limpiaran las manos con un paño virgen y colocó al pequeño frente al altar de los juramentos.
-Hijo mío, póstrate ante el dios Melkhart y el potente Hércules, poniendo por testigo al espíritu vivo de nuestros antepasados, y declara que amarás con toda la fuerza de tu corazón esta tierra de Spania, pues yo te digo que en este solar habrá de hallar asiento nuestro linaje y aquí daremos la batalla final a la enemiga Roma y podremos vencer su pérfida avaricia. Como pontífice máximo en estos dominios y padre tuyo, te pido que jures sobre este altar sagrado odio eterno a los romanos. Que no descanses hasta vencer por completo a sus legiones. Te ordeno como general que tu vida la guíe el afán por domeñar la altivez de esos rudos latinos que desafían nuestra existencia, hasta convertirlos en esclavos de Cartago.

Aníbal sintió el peso de aquel brazo sobre su hombro y lo apartó con suavidad. No quería postrarse, su espíritu ambicioso lo mantenía tieso. Lo que hizo fue acercarse al ara, rodearlo y colocarse por detrás y así poder jurar frente a su padre y que todos vieran su cara al hacerlo. Amílkar sonrió complacido por esta pequeña insolencia que no hacía sino demostrar su carácter, apto para el mando.
El muchacho posó lentamente la mano sobre la piedra donde cientos de años atrás sus antepasados fenicios habían ofrecido el sacrificio primigenio que fundó la ciudad. Aquella era la roca, un ara de caliza blanca en forma de trébol, que aún marcaba el centro geométrico de un recinto de grandes piedras hincadas, donde los antiguos celtas venidos del norte sacrificaban yeguas en celo para aplacar a la diosa madre las noches de plenilunio. El mismo lugar sagrado de la noche de los tiempos, un altar rupestre usurpado a los nativos de generaciones milenarias, en el que hechiceros transidos por la ingestión de hongos vertían en rituales de poder y magia la sangre de donceles y vírgenes, caudillos escarnecidos rivales, guerreros enemigos castrados y hasta sacerdotes que capturaban en manadas entre las tribus hostiles de la Turdetania.
-Yo, Aníbal juro por mi honor, sobre el linaje de los Barca y ante el Sumo Pontífice de Melkhart, que en esta tierra mezclaré mi sangre y sembraré odio eterno hacia los romanos. Que en toda Spania se sepa y sus habitantes lo propaguen hasta los confines del Mar Interior. Roma, tiembla antes de ser esclava.

Amílkar tuvo que contenerse para no estallar en carcajadas. El chico hablaba con la misma determinación con la que hacía sus ejercicios diarios de lucha con la espada. Un verdadero príncipe. Si nada se torcía, algún día llegaría a ser el jefe de un ejército grandioso que habría de dar la gloria definitiva a Cartago y lustre al linaje divino de los Barca.
         Asdrúbal observaba la escena con parecido entusiasmo. El patriarca de la familia no sólo se estaba entronizando con impunidad como soberano en la tierra de los íberos sino que, con habilidad política, designaba al heredero. De esta manera establecía una garantía de futuro contra la codicia de Roma para los habitantes de Gadir, que así cedían más fácilmente en sus temores iniciales. Como hijo político, aquello lo convertía en un oligarca de primer rango, un príncipe cuyos lazos de parentesco con la sangre sagrada le otorgaba derecho sobre el caudillaje.
Asdrúbal el Bello, un nombre acuñado por sus propios soldados, era a los veintiocho años tan hermoso como hábil, un estratega rápido de pensamiento, dúctil en el trato con amigos y enemigos, diestro en tomar decisiones, excelente marino y bravo soldado. Sus ojos felinos del color del ámbar, tan claros como la miel de abedul, lanzaban miradas difíciles de sostener por los pusilánimes y sabían imponerse si era necesario. Con su elocuente manera de hablar, entre sosegada y convencida, había logrado reclutar la marinería que habría de llevar la expedición hacia poniente. Tanto los correosos mercenarios como los nuevos reclutas confiaban ciegamente en él. Si llegara el momento no le costaría tomar con naturalidad la dignidad de sufete.
Sobre todo en el caso de que Aníbal siguiera siendo menor de edad.






[2] Magistrado cartaginés, con funciones políticas y militares.
[3] Territorio al sur de la cordillera bética que comprendía aproximadamente la actual Andalucía.
[4] El Jaén celtíbero.
[5] Instrumentos púnicos pulsados con tripa de cordero sobre cajas de madera o conchas de tortuga a las que se añadía un mástil para el cordelaje.

La parábola de piedra de El Escorial


Este ha sido el contenido del programa El Factor Humano, este sábado 24 de agosto.


5. La Parábola en piedra de El Escorial

Sintonía Phlip Glass

INMA.- Hay determinados momentos de la historia que no deberíamos olvidar y otros que por sí mismos se convierten en inolvidables. Ignacio Merino nos recuerda los más importantes cada semana desde Radio Nacional en Valladolid, con la asistencia técnica de...........  Ignacio, buenos días...
Hoy nos propones una mirada bastante desconocida de El Escorial.

IGNACIO.- Así es, Inma. No es algo que se suela contar pero lo cierto es que, además de todo lo que representa, El Escorial despliega una parábola en piedra sobre Felipe II como rey elegido por la Providencia para construir el nuevo Templo de Jerusalén. Y es que el  hijo del César Carlos, a quien el círculo erasmista portugués de su esposa Isabel había saludado como Nuevo David, asumió con esta obra el símil que lo convertía en el nuevo Salomón. Y para dejar claro su mensaje, el meticuloso monarca cargó la construcción de su templo con símbolos bíblicos, arquitectónicos y dinásticos que dieron expresión trascendental al poder político y religioso de la nueva Monarquía Hispana.
Por eso El Escorial es el empeño más genuino de Felipe II, el que contiene el núcleo de su pensamiento que no es otro que llevar a cabo la misión designada por Dios, esto es luchar contra la herejía luterana y extender el catolicismo en el Nuevo Mundo. De esta manera el monumento quedó como broche de la Contrarreforma impulsada por España en el Concilio de Trento.

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IGNACIO.- El proyecto tuvo como fin primero ser un panteón digno para Carlos V, quien en su testamento había ordenado a su hijo edificar un mausoleo para los nuevos reyes de la dinastía Habsburgo-Trastámara-Borgoña. Felipe lo extendió a residencia, o Casa del Rey, pues estaba cerca de Madrid pero lejos de la Corte y sus intrigas. Y para honrar la  memoria de sus padres, y rezar sin descanso por su alma, añadió un monasterio que entregó a los monjes jerónimos. La iglesia, de proporciones ciclópeas y rematada por una enorme cúpula, se construyó en consonancia con la sobria majestad  que exigía el templo funerario de los Austrias españoles.

ALEX.- Es un proyecto tan grande que parece como si fuese una especie de nuevo Vaticano...

IGNACIO.- Exacto, Alex. Podría interpretarse así perfectamente, aunque el tiempo demostró que no era voluntad del rey fundar una iglesia nacional a la manera inglesa. Aunque no le faltaron ganas, desde luego. Hubo personas influyentes que le aconsejaron romper con Roma, la "gran ramera" como decían los calvinistas, entregada al nepotismo, la corrupción, el lujo desmesurado y la lujuria. Los papas italianos que le tocaron, además, eran enemigos de la hegemonía española en Italia y lo trataban con recalcitrante rencor.
La contenida respuesta frente a la desconfianza vaticana llegó labrada en piedra. Las medidas suprahumanas de la obra escurialense proclamaron su mensaje triunfal. Por su envergadura, además, El Escorial se convirtió en un prototipo palaciego regio, como ocurriría con el Versalles de su descendiente Luis XIV, pues representa la morada de un solo individuo que, al modo faraónico, se erige como ejemplo sublime del ser humano a semejanza de Dios.
Felipe había sido comparado con Salomón desde su nacimiento. Cuando visitó los Países Bajos entre 1548 y1551, las ciudades en las que tomó posesión como heredero [que fueron 12 en Holanda y 17 entre Flandes y Borgoña] lo recibieron con arcos triunfales en los que se leía la inscripción "Nuevo Salomón, digno hijo de David".
Como gesto simbólico, Carlos V le concedió la corona de Jerusalén que tenía en herencia por Borgoña. El príncipe creía que la misión de construir el Templo estaba vedada a su padre, el fundador de la dinastía, por tener las manos manchadas de sangre, como en el caso del rey David del Antiguo Testamento. Pero no olvidaba que había sido el impulsor, quien se lo encargó. De modo que en el presbiterio de la basílica, bajo las esculturas sedentes de ambos, mandó grabar la leyenda VIRTUS PERFECTA, INVICTA  ET PERPETUA a la manera de Augusto, para proclamar en igualdad de condiciones la gloria del linaje. Y como signo inequívoco colocó las estatuas de David y Salomón en la fachada del templo, dando paso al pórtico de entrada, mientras los acompañan a los lados los reyes Josafat, Ezequías, Josías y Manasés, como descendientes de Salomón que contribuyeron a perfeccionar el Templo.
Sin embargo, no quedó muy contento con su padre cuando éste abdicó en Bruselas y le entregó la corona los reinos hispanos.

INMA.- ¿Y esto por qué?

IGNACIO.- Regresó a España enfadado porque el César había dejado la dignidad imperial a su hermano Fernando. Dolido también con Europa por la amenaza luterana y las humillaciones inglesas durante su estéril matrimonio con María Tudor. Pero como durante el viaje de vuelta venció a los franceses –el gran enemigo- en San Quintín, ya pudo dedicarse más a su idea de construir el Templo. De hecho, puso el nombre de San Lorenzo al Escorial, en honor del mártir español cuya onomástica fue el día de la victoria. Su mayor anhelo desde entonces fue levantar la Domus Dei en el corazón de sus dominios como expresión de su autoridad moral en el orbe católico, la parábola de su verdadero imperio.

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IGNACIO.- Juan Bautista de Toledo diseñó la Traza Universal según el modelo del Templo de Herodes descrito por Flavio Josefo. El edificio, con forma de parrilla invertida en homenaje al santo patrón, era simétrico en su geometría y armónico en la distribución, grandioso y al mismo tiempo austero para expresar la majestad del rey y su frugal humanidad. Tenía que representar la síntesis de sus posesiones, de manera que todo se ajustó a esta premisa: la planta cuadrangular de alcázar con torres en las esquinas de la herencia hispano-musulmana; la huella flamenca en los tejados y chapiteles de pizarra; o el clasicismo de la basílica y los frescos de la biblioteca, como tributo a su formación renacentista y sus dominios italianos.

INMA.- Pero lo que impresiona bastante es los sobrias que son las habitaciones privadas.

IGNACIO.- Sí. Los cuartos del monarca se concibieron a la castellana, austeros y reducidos, con artesonados en los techos y cercos de marquetería en las puertas de cuarterones como única concesión a la estética aristocrática. Se hicieron estanques y jardines, pero no exuberantes sino ordenados a la manera hispanomusulmana, para pasear respirando el aire de la sierra y como refresco veraniego de la asfixiante corte filipina, un ambiente del que él solía escapar encerrado en su habitación de trabajo mientras en la saleta de respeto se interpretaba música de cámara.
El monasterio-cripta-palacio se convirtió así en su hogar favorito. Expresaba sabia prudencia y una voluntad férrea, dos cualidades en verdad salomónicas pero cuyo exceso en la primera causa parálisis y en el segundo fanatismo. De ambas cosas se le ha acusado. 
Durante los últimos veinte años en los que entre disgustos y quiebras vivió prácticamente allí, su carácter se volvió pesimista, más triste y taciturno. El Rey Prudente se transformó en el Salomón críptico interesado en la alquimia, que se quedaba extasiado ante El Jardín de las Delicias de Durero.
Ya en su lecho de muerte, mientras escuchaba los ensayos del requiem de Morales para sus funerales, lo que vencía a los estragos de la gota, la ausencia de sus queridísimas hijas y los fracasos era aquella parábola de Salomón, un empeño que sí creía haber logrado.

Música final

INMA.- Ignacio Merino, muchas gracias por esta visita a El Escorial...




viernes, 9 de agosto de 2019

Muy buenas.

Retomo este blog siguiendo el consejo de mi amigo Luis Arroyo Zapatero, a quien conozco desde niño por la gran amistad entre nuestras madres, y la adoptada de los respectivos padres, claro [ambos eran excelentes pianistas, el mío más académico y el de Luis fabuloso improvisador, como su hermano pequeño el bellísimo Javier]

Vuelvo con la vieja idea de que los blogs son para dar la brasa con más soltura -y espacio- que en Facebook y por supuesto que en Twiter, esa inclemente red de multitudes tabernarias e individuos rampantes con tendencia narcistoide a lamerse los dones en público [razón por la que la he evitado impertérrito durante diez años].

Así que aquí me tenéis de nuevo, dispuesto a la aventura. Después de cinco años de estar varado en el puerto umbrío de la resignación e igual de loco por explorar, navegar por lo desconocido y bogar a gusto por lo ya transitado, voy a botar de nuevo este esquife a ver si surca las procelosas aguas con alma marinera y sabe desplegar velas de galeón cuando haga falta.

Recuerdo que lo dejé languidecer, como muchos de vosotros, porque a todos nos daba pereza entrar en blog ajeno habiendo tanto condumio en la bandeja inmediata del Face. Salvo, como es natural, por una breve y sabrosa pitanza, un pincho ganador como esos que inundan las barras de Valladolid, una tapa a la vascongada llena de acierto o las puntillitas y demás mariconadas excelsas de Cádiz, incluidas todo tipo de variedades de tempura {qué gusto, poder poner una cursiva} en la Andalucía que arrebata los sentidos y te pone en situación.

Dejé esto hibernar y decidí abrir otra cuenta más en Facebook, centrada en la faceta literaria y que hoy aparece como Personaje público-Página Oficial, glubs. Se llama Escritor Ignacio Merino y aunque ya sé que suena pretencioso -álgún simpático incluso me lo ha dicho a mis barbas- lo hice porque estaba hasta el moño de encontrarme siempre en Google a un Ignacio Merino por delante de moi, magnífico pintor peruano por cierto, de Piura por más señas, al que hay dedicadas calles, plazas, arboledas, institutos, barriadas y no sé cuántas cosas más, con multitud de entradas en el hiperespacio, pero que está fiambre desde hace décadas. El caso es que abrí la nueva página, puse cuatro cosas y también dejé que languideciera, como el blog; el algoritmo del Face, ese gran hermano fastidioso y torpón cual cerdo orweliano de Rebelión en la Granja (lo cito in extenso para profanos de la cosa, no se me amotinen) no hace más que recordármelo: "Ignacio, hace mucho que no añades nada a tu página Escritor blablabla"; me sulfura, claro y quisiera responder algo tipo "Y tú no haces más que meterte donde no te llaman, cerda inmunda", pero no sé a quién dirigirme, porque al Zucky no, que es majete el chaval.

O zea, quede claro: ESTA ES MI PÁGINA OFICIAL, tanto pública como privada o semi, activa, pasiva y perifrástica, en modo indicativo, subjuntivo y raras veces imperativo, abierta al mundo y cerrada al universo troll y los majaderos/as de turno, no porque me ofendan especialmente sino porque no pierdo el tiempo con sandeces ni me gusta vestir en el ágora los pesados ropones de la retórica bizantina, tan inútil y falsa como el sofisma demagógico, otro que tal baila. Detesto hollar, a estas alturas, el camino despejado a las esferas del inferno umano, y que me perdone il divino Dante pues ya no tengo interés en transitar ni como visitante el lóbrego y glacial submundo en el que penar la culpa, lamentar carencias, acunar resentimientos o regodearse en la impotencia y el arrepentimiento vano. A no ser, claro, que vaya acompañado de un amoroso virgilio transido de luz, junto al que me dé lo mismo ocho que ochenta. o vaya en pos de la utopía imposible con nombre de Beatriz seráfica y no pueda evitar perderme por los atribulados estratos de un purgatorio que lo mejor es evitar.

Bienvenidos, pues, espíritus libres y librepensadores, con retruécano incluido. Aquí tendréis un triclinio dispuesto siempre para el banquete de las ideas, protegido por la parra de la amistad enredada al pórtico que sujetan el Bien, la Verdad y la Belleza. Se servirán dulces higos del pensamiento, nueces del saber, vino para enraizarse a la tierra y soportar la existencia y un queso blanco como vuestro corazón escondido, para que ayuden a florecer las delicias del diálogo entre personas {en el mejor sentido del término griego 'persona'}

Hasta luego

miércoles, 7 de mayo de 2014



Garcilaso y Boscán: la amistad cierta

7 may, 2014 por 
                    publicado en esta fecha por Anatomía de la Historia 


Amistades que son ciertas, nadie las puede turbar.
Miguel de Cervantes

Poetas renacentistas

Entre los pajes que se encontraban en el cortejo del césar Carlos cuando llegó a Sevilla en 1526, para celebrar sus esponsales con su bella e inteligente prima Isabel de Portugal, se encontraba el joven Garcilaso de la Vega. Descendiente de la Casa de Mendoza por parte de padre y de los Guzmanes por vía materna, pertenecía al linaje toledano de los Lasso de la Vega y ya se distinguía en la Corte trashumante del primer rey de España.
Dotado para las armas y apasionado de las letras, era tan hermoso de cuerpo como refinado de espíritu. El prodigio renacentista alcanzado en la Península 70 años antes, durante los reinados de Juan II de CastillaJuan II de Aragón y Juan II de Portugal, más la apoteosis en época de los Reyes Católicos yManuel el Afortunado, halló en él y su gran amigo Boscán el colofón adecuado a una tradición poética en la que habían brillado Juan de Mena, el Marqués de Santillana o Jorge Manrique y que habría de continuarse en Juan de Herrera y los grandes poetas del Barroco.
Plenamente renacentista en sus gustos, no es tanto ya la fama y el honor lo que persigue, al modo del trovar caballeresco del Medievo, sino el trance del amor, la plenitud de la vida natural o las delicias que procura la amistad. Fiel a su contexto aristocrático, cumplía a la perfección su papel cortesano y militar, pero desdeñaba el boato, huía de la pompa vacía y cuestionaba el empeño bélico permanente. Añoraba una Arcadia pastoril y bucólica en la que componer poesía sin tregua, donde sólo se escuchara la música de la flauta o los dulces sones del laúd y la lira.
Como miembro segundón de una familia de abolengo entró al servicio de Su Majestad a los 15 años, y al cabo de dos años fue nombrado contino, es decir, miembro de la guardia personal del Emperador.
A los 19 se distinguió en la guerra que se desató entre España y Francia por la ocupación de Navarra y, tal fue su valor y entrega, que don Carlos le hizo gentilhombre con sesenta mil maravedíes de renta y le concedió el hábito de Santiago. Un año antes había recibido su bautismo de fuego. Fue en la batalla de Olías que los imperiales libraron contra los comuneros. A él le tocó el bando de los señores y gobernadores sabiendo que su hermano mayor, Pedro, peleaba en el contrario. Cuando los cabecillas de esta guerra perdida por incipientesdemócratas fueron ajusticiados en Villalar, Pedro Lasso de la Vega se libró de ser decapitado gracias a su condición de noble y a la presencia de su hermano en la guardia imperial.
De Sevilla, la comitiva regia siguió a Granada, pues don Carlos quería conocer “estos mis reinos de Espanya” y mostrar a su esposa la “maravilha de la Alhambra mora”. Allí Garcilaso se veía a menudo con el marqués de Lombay, futuro san Francisco de Borja y por entonces mayordomo de Su Majestad, quien le presentó a un fascinante personaje llamado Íñigo de Loyola.
En aquel año de 1526 el antiguo capitán guipuzcoano se desvivía por llevar a los jóvenes de la nobleza y la milicia a sus Ejercicios Espirituales, lo único que podía hacer pues se le había prohibido predicar por sospecha de erasmismo y herejía. Inflamado de amor a Cristo y obediencia al papa, ya hablaba de una milicia ideal de castos varones para defender los Santos Lugares, deseo que no pudo cumplir por la sempiterna guerra con la Sublime Puerta y los éxitos militares del poderoso Solimán el Magnífico.
Herido en la defensa de Pamplona, había dejado su vida militar y cortesana para abrazar una religión exaltada con la que expiar su pasado disoluto. Vestido de saco y lacerado con cilicios y penitencias, Loyola quiso ganar para su causa al joven poeta. Pero Garcilaso era un nómada espiritual que transitaba, exquisito, por las esferas del paganismo, el amor platónico y la amistad fervorosa, de modo que no hizo caso al vehemente místico ni quiso saber de culpas o expiaciones.
Por la tarde, cuando la serenidad daba tregua a los afanes del día, Garcilaso recorría los jardines del Generalife con el conde Baltasar de Castiglione, que le interesaba bastante más. Al famoso literato, autor del celebrado libro El Cortesano y embajador de Clemente VII ante la corte carolina, lo había conocido en Sevilla durante las justas que se celebraron con motivo de las bodas reales y enseguida se trabó entre ellos un vínculo de amistad e interés literario mutuo. En uno de esos paseos, Castiglione le presentó a otro humanista italiano: Andrea Navaggero, historiador, poeta y embajador de la República de Venecia, autor de un Viaje por España encantador y erudito.
Caminando despacio entre los cipreses, iluminados por la plenitud del ocaso, Navaggero recitaba a Garcilaso poemas de Petrarca, entonando la voz sobre el rumor de las fuentes. La fascinación del toledano ante la cascada de endecasílabos pudo compartirla su amigo Juan Boscán, quien se les unió recién llegado de su Barcelona natal donde ya había publicado sus Rimas castellanas.
Y tal fue su fervor por la cadencia de esta versificación que Navaggero le sugirió adoptarlos y escribir a la manera de Petrarca en lengua castellana. Garcilaso insistió en ello y hasta hizo intervenir a su madre, quien rogó a Boscán que tradujera a Petrarca. A su vuelta a Cataluña, Boscán superó su temor inicial y decidió entregarse a la tarea, si bien como confiesa sincero “aunque al principio hallé alguna dificultad, fui paso a paso metiéndome con calor en ello”.
Ausiàs March ya había escrito en el siglo anterior poesía de tipo italiano, pero Boscán tiene el mérito de haber sido el introductor definitivo de la métrica toscana en España, tras los intentos un tanto imperfectos de Francisco Imperial y los cuarenta y dos sonetos fechos al itálico modo del Marqués de Santillana una centuria atrás. Garcilaso no tardó en imitar a su amigo y empezó a componer hermosos endecasílabos de corte petrarquista. El arte poético reforzó el vínculo de aquellos dos espíritus afines en una amistad que jamás conoció mudanza ni desasosiego.
Juan Boscán Almogáver era diez años mayor que Garcilaso. Descendiente de armadores y comerciantes de linaje, había nacido en Barcelona en 1493. Como el toledano, siguió la carrera militar y formó parte de la Corte de Fernando el Católico, a quien sirvió en sus campañas de Italia. Al regreso de Nápoles fue nombrado ayo de Fernando Alvárez de Toledo, el futuro Gran Duque de Alba. Debió de conocer a Garcilaso cuando éste tenía 18 o 19 años, en la corte del recién coronado emperador. Juntos leían a Virgilio yHoracio y juntos aprendieron a tocar el arpa y la vihuela con Francisco de Borja, en la Casa de Alba.
La amistad ensambló dos humanistas a quienes ya unía el ideal caballeresco. Con su sentido del equilibrio y pasión por lo hermoso, construyeron una relación que les duró toda la vida y no llegó a sufrir grietas ni sinsabores. Garcilaso dedicó a su amigo Boscán una elegía, varios sonetos y la epístola al modo de Horacio en la que le dice:
Y con vos a lo menos me acontece
una gran cosa, al parecer extraña;
y porque la sepáis en pocos versos,
es que, considerando los provechos,
las honras y los gustos que me vienen
desta vuestra amistad que en tanto tengo,
ninguna cosa en mayor precio estimo.

En las célebres églogas de Garcilaso, Boscán está representado en la figura del pastor Nemoroso, mientras él mismo es Salicio. El afecto personal adquiere así rango de paradigma literario en los campos de laArcadia pastoril.

El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando…

Pero lo más conmovedor es el soneto que Boscán dedica a la muerte en combate del amigo, cuando estaba escalando las almenas de una torre. Éste es el primer cuarteto:

Dime ¿por qué tras ti no me llevaste
cuando de esta mortal tierra partiste?
¿Por qué al subir a lo alto que subiste
acá en esta bajeza me dejaste?


Los periodos históricos. El Renacimiento

Establecer periodos históricos según las normas académicas es naturalmente discutible y resulta artificioso en muchos casos, pero es bien cierto que en la formación de lo que la historiografía anglosajona llama las “mentalidades”, es decir la manera en que las sociedades de cultura afín sienten, necesitan y se expresan a través de los tiempos, existen etapas bien diferenciadas, franjas históricas en las que el inconsciente colectivo tiende hacia modelos que aglutinan el interés común. Son las modas, los estilos artísticos, las corrientes literarias y las distintas escuelas filosóficas que se van dando con el transcurrir de los siglos.
Una vez superado el trance de la desaparición delmundo grecorromano con la llegada de los pueblos euroasiáticos y su superposición sobre la cultura mediterránea, la civilización europea entra en un proceso de reestructuración del poder, fijación de nuevos ideales y relaciones jerárquicas.
La Edad Media es una búsqueda constante, una exploración de la subjetividad aunque siempre constreñida entre los muros del dogma. El Renacimiento abre arcos de luz en esos muros y levanta pérgolas en los jardines de la creación para aposentar de nuevo las estatuas paganas que habían sido arrumbadas por la desidia ignorante y el fervor fanático.
En los templos del conocimiento, donde la Belleza se une en amistad a la Naturaleza, las flores son las verdaderas plegarias y la poesía el canto sagrado, el arte se convierte en el genuino sacerdocio. Ninfas, pastorcillos, bacantes, sustituyen a vírgenes dolorosas, cristos lacerados y santos en trance de sumisión. Se forman logias filosóficas en las que discurrir libremente sobre las cosas de este mundo, a la manera griega o romana.
Junto a la oferta ideológica cristiana basada en una sencilla estructura cuyos ejes son las puertas giratorias pecado/expiación y condenación/salvación, surgen en los siglos XIV y XV, como puestos alternativos ante un gigantesco supermercado, pequeños santuarios estéticos en la historia del pensamiento, altares donde se depositan con el temblor de lo efímero algunos de los símbolos que nutren la mente humana, sus grandes y pequeñas verdades.
En el Renacimiento el ser humano se encuentra a sí mismo. Fluye libremente el arte de poetas, pintores y músicos. En las plazoletas de la amistad se van encontrando muchas almas gemelas que sólo necesitan la mano compañera para seguir adelante.
Los poetas sienten la necesidad de llevar al lenguaje la armonía del mundo. Los arquitectos plasman la perfección en la redondez de las cúpulas, los escultores son capaces de expresar el infinito en la curva de unos hombros y los pintores captan la insaciable melancolía con su juego de perspectivas, luces y colores.
El Renacimiento liberó al hombre de miedos atávicos. Dos siglos después, el Barroco volvería a encadenarlo a la culpa, el oscurantismo y el morbo de la expiación.