miércoles, 22 de febrero de 2012

El anuncio de la mimosa

Ayer, mientras ascendía a Navacerrada, vi un mimoso dentro de un cercado. Tenía ya sus pequeñas flores amarillas, peludas y escandalosas, en medio de la siesta invernal. Durante años he llevado a casa ramos de mimosas en esta época para llenar búcaros y jarrones que me anunciaran la vuelta de la vida. Esas flores que en Italia son el símbolo de la mujer (trabajadora). Tal vez por su intensa fragancia. O porque les gusta poner una nota de color entre los sombríos matorrales. Un empeño de vida temprano, antes de que los masculinos y delicados almendros inicien su floración e inciten el éxtasis del espíritu contemplativo y el sentido estético de los poetas arábigos y los samurais del código bushido.
     Voy cogiendo el pulso a este valle y sus ruidos. 
     Hoy he acarreado ramas de morera que dejaban los podadores, para la leña del próximo año. Me ha ayudado Geta, la fabulosa mujer rumana que viene los miércoles a planchar y limpiar allá donde yo no llego. Nos hemos reído como campesinos decimonónicos y luego nos hemos tomado un vaso de vino en la sombreada cocina.
    En mi tarea de mesa creo que he dado un paso importante. Tras muchos arranques e intentos (cosa rara en mí que soy muy despachado escribiendo) he optado por usar la segunda persona para el relato general y la primera para los desahogos del protagonista principal y los soliloquios de los otros siete protas. Es mi novela contemporánea, El Silencio del Caníbal, por fin. Rompo el cerco de la coreografía histórica porque me consideran encerrado y porque ya lo necesito. 
     Ha sido un día fecundo, con descansos para ir componiendo aquí y allá los detalles de esta maravillosa casa.
     ¡Va por ti Juan Soto Ivars!, mi compa exigente para que escriba esto.Ha estado aquí tres semanas, con algunos días de inmersión en la Babel madrileña, haciendo uso de su beca. Ha estrenado su cuarto y ha escrito mucho. Bravo por él. Mi ahijado literario es un crack, ya ha empezado a demostrarlo. Y yo estoy feliz por ello.
     Tengo la cabeza llena de música. 
     Hoy la he escuchado más alto de lo habitual. 
     Y con más piano.

martes, 21 de febrero de 2012

Neonato en el Valle de los Siete Picos

Transfigurado. Convertido. Neófito de otro estar en el mundo, nuevo ropaje para el yo como diría el maestro Foucault, manteo que no pienso quitarme en mucho tiempo.
     He ascendido a la montaña para abrazar el ser que soñé de niño. 
     
     Fui durante muchos años hombre del llano y las vegas umbrías, de álamos junto a los ríos, chopos solitarios y atardeceres en lontananza, lentos, quietos, irreales, cuajados de ámbar, el vientre inmenso del horizonte engullendo al sol en silenciosa cópula. Castilla eterna, vieja y señorial, madre y madrastra, hecha para soñadores ante tanto cielo.
     Otros tantos años fui de urbe y hervidero humano. Londres, París, Amsterdam, Barcelona, Valencia: el dulce transcurrir entre arquitecturas y parques, los cafés y los cines, el paso amortiguado en los museos, el abrigo de las librerías, su luz de cuevas civilizadas. Madrid, la grande, la noble, preciosa y patética, ruidosa y desengañada, con jirones de majestad inquebrantable. Chapiteles de la Casa de la Villa. Arquitrabes, frisos, cornisas y frontones de sus balcones, siempre presentes. El mudéjar de los Lujanes junto a mi balcón del cielo. Las campanas ¡ah! las campanas de al menos 18 templos. Palacios, torres, cúpulas, mansiones, calles de Lavapiés y los Austrias. Demasiada gente. Manadas de peregrinos con el sambenito de turistas erráticos y torpes en el deambular urbano. Festival de tabernas. Ruido en la mente.


     Hoy me he transformado en hombre de montaña. 
     Y he querido dar al momento su pequeño rito: como acto de comunión y deseo de alcanzar el estado de gracia que me otorga la Naturaleza, tan ofrecida y rica en prodigios, me he llevado una porción de nieve a la boca. El sol brillaba. El cielo, espléndido, ponía el azul virgen de su corona sobre la majestad de las laderas.   Nieve apretada y tan pura, que al pisarla continuaba blanca.