Entrevista con Alfonso Basallo
Alfonso Basallo es un periodista auténtico, de escuela y redacción, que siempre se ha dedicado a la cultura aunque le haya tocado dirigir más de una vez. Lo conocí en El Mundo, en la redacción de La Esfera, creo que a principios del 98, cuando dirigía el extra cultural Miguel Munárriz y él era redactor-jefe. Formábamos un equipo compacto entre periodistas de la redacción y colaboradores free-lance, como yo. La Esfera llegó a un nivel difícil de alcanzar. Era ameno, riguroso, no nos casábamos con nadie y tenía una estupenda maquetación. Yo debuté con una entrevista a Paul Preston en página doble central y que fue portada con una composición preciosa y muy original. Dos años después llegó la catástrofe. Pedro J. se empeñó en comprar El Cultural a Luis M. Anson y se cargó aquella maravilla. Sic transit gloria mundi.
Alfonso dejó aquello y tuvo un periplo acorde con su pertenencia al SEU. Dirigió Época, donde también publiqué bastantes artículos y luego ha estado en La Gaceta como jefe de cultura. Ahora está con un pie en el estribo, como todos, porque la aventura de ese periódico se acaba y ha decidido acabar el doctorado, el tío, para ponerse a dar clase. Es de mi edad y tiene nueve hijos, muchos ya en la Universidad, así que no puede quedarse en su casa lamentándose.
He querido hacerle este pequeño homenaje porque es un hombre de ley y estupendo periodista. Que tengamos ideas muy contrarias en ética civil (aborto, etc.) que él sea católico militante y yo francmasón confeso, no impide que seamos buenos amigos y nos tengamos cariño y simpatía. Siempre ha hecho excelentes reseñas, artículos de fondo y entrevistas de casi todas mis obras. Nunca se lo he dicho, pero desde aquí quiero darle las gracias por su genuino interés y su franca caballerosidad. Cuando era redactor-jefe y yo colaborador nunca me quitó una coma sin consultármelo antes. Y publicamos muchos artículos, sobre todo en aquella separata que fue "El Reportaje de la Historia" y luego él editó en un gran volumen con la editorial La Esfera de los Libros.
Alfonso dejó aquello y tuvo un periplo acorde con su pertenencia al SEU. Dirigió Época, donde también publiqué bastantes artículos y luego ha estado en La Gaceta como jefe de cultura. Ahora está con un pie en el estribo, como todos, porque la aventura de ese periódico se acaba y ha decidido acabar el doctorado, el tío, para ponerse a dar clase. Es de mi edad y tiene nueve hijos, muchos ya en la Universidad, así que no puede quedarse en su casa lamentándose.
He querido hacerle este pequeño homenaje porque es un hombre de ley y estupendo periodista. Que tengamos ideas muy contrarias en ética civil (aborto, etc.) que él sea católico militante y yo francmasón confeso, no impide que seamos buenos amigos y nos tengamos cariño y simpatía. Siempre ha hecho excelentes reseñas, artículos de fondo y entrevistas de casi todas mis obras. Nunca se lo he dicho, pero desde aquí quiero darle las gracias por su genuino interés y su franca caballerosidad. Cuando era redactor-jefe y yo colaborador nunca me quitó una coma sin consultármelo antes. Y publicamos muchos artículos, sobre todo en aquella separata que fue "El Reportaje de la Historia" y luego él editó en un gran volumen con la editorial La Esfera de los Libros.
Esta entrevista es de finales de diciembre de 2013.
-¿Quién era, en realidad, Serrano Súñer? ¿un dandi?, ¿un
joseantoniano aseado?, ¿un cuñado maquiavélico?
-En este libro
precisamente sostengo que Serrano Súñer era, por encima de todo, un dandi. Y lo
era en el sentido más filosófico: rebelde, exquisito, con gusto por la fama y
el proscenio público, pero al mismo tiempo distante y reacio a su servidumbre.
Como también era contrario a la adulación y le horrorizaba la banalidad del
pensamiento y la arrogancia vital, sus hechuras de dandi condicionaron en gran
medida su conducta política.
Fue joseantoniano
por admiración al amigo del alma y lealtad a su legado político, también como
albacea señalado en su testamento por el mártir, pero no se sintió falangista
ni lo era por convicción, como él ha repetido muchas veces. Nunca pidió el
carnet. Defendió a los falangistas “auténticos” tras la victoria y dirigió el
partido único, como un modo de compensar el poder omnímodo de Franco, tarea en
la que fracasó como él mismo admite.
Cuñado sí fue, pero no maquiavélico, si atendemos por tal el principio de conservar el poder a cualquier precio. Todo lo contrario, él estaba en contra de la “sacralización” de la figura de Franco, de que entrara bajo palio en las iglesias, por ejemplo. No llevó a cabo tampoco turbios manejos para conservar su mando y por eso lo perdió. Su idea del poder político es más tomista que maquiavélica, desde luego, pero la opinión de sus coetáneos, que lo veían como el poderoso valido, incluía el adjetivo “maquiavélico” como adorno para resaltar un matiz turbio, frío o malvado, en una pueril y simplista forma de vengarse emocionalmente de su brillantez como político.
Cuñado sí fue, pero no maquiavélico, si atendemos por tal el principio de conservar el poder a cualquier precio. Todo lo contrario, él estaba en contra de la “sacralización” de la figura de Franco, de que entrara bajo palio en las iglesias, por ejemplo. No llevó a cabo tampoco turbios manejos para conservar su mando y por eso lo perdió. Su idea del poder político es más tomista que maquiavélica, desde luego, pero la opinión de sus coetáneos, que lo veían como el poderoso valido, incluía el adjetivo “maquiavélico” como adorno para resaltar un matiz turbio, frío o malvado, en una pueril y simplista forma de vengarse emocionalmente de su brillantez como político.
-O simplemente la eminencia gris de un Régimen...
-Fue la eminencia gris del primer franquismo, no del
Régimen que vendría después. Su arquitecto jurídico y el que lo sacó a flote de
la contienda civil y lo salvó de la embestida nazi.
-La vida de Ramón Serrano Súñer parece una novela de
aventuras: escapó disfrazado de mujer de los milicianos...
-El verano y otoño de 1936 significaron para él una
prueba existencial al límite, como para muchos españoles. Fue detenido en julio
y sufrió dos simulacros de fusilamiento, estuvo encerrado en la Cárcel Modelo
de Madrid junto a otros políticos, aristócratas, militares y falangistas que,
para las milicias republicanas, representaban lo que Mola llamó la “quinta
columna” que habría de abrir las puertas de la capital a los rebeldes. Vio como
los comunistas y anarquistas mataban a muchos de sus compañeros y consiguió que
lo trasladaran a una clínica por padecer del estómago. De allí salió
disfrazado, sí, pero no de mujer de miliciano sino de abuela renqueante del
brazo de un diplomático de la legación holandesa, confundidos entre las visitas
que hubo un día a las víctimas de un bombardeo. Luego llegó a Alicante en un
coche camuflado y allí se embarcó como marinero raso argentino en el torpedero
“Tucumán”. Realmente, la aventura es digna de Alejandro Dumas o de aquel
fantástico personaje que fue Pimpinela Escarlata en el periodo más sangriento
de la Revolución francesa, pero la vivencia fue tan brutal que pertenece más al
género de la tragedia que al de aventuras. El final, como usted sabe, fue
enterarse del asesinato de sus dos queridísimos hermanos en las sacas de
Aravaca de septiembre, cuando ya estaba en Salamanca sano y salvo en febrero
del 37.
-Allí tuvo otro poderoso rival, Nicolás Franco, hermano
del Caudillo ¿cómo logró sortearlo?
-Serrano era un hombre persuasivo cuando le asistía
la razón. Al llegar a Salamanca se dio cuenta de que la incipiente
administración política que había montado allí “el Hermanísimo” se basaba en el
clientelismo y la corrupción, el viejo cáncer de la Restauración canovista. Alertó
a Franco y éste, aunque renuente pues se trataba de su hermano mayor (quien
además lo había aupado a la Jefatura del Estado), comprendió y accedió a
alejarlo, mandándolo como embajador a Lisboa. En el asunto intervino también
Carmen Polo, quien molesta por la rivalidad de su cuñada, la también “señora de
Franco”, prefería de segundo a su inteligente cuñado Ramón, que estaba casado
con su hermana Zita, quien ya no era “señora de Franco”. Así que fue doña
Carmen quien dio la orden a su marido en la alcoba (como ella misma le contó a
Zita), aquel campo de operaciones donde debía de actuar como una auténtica
mariscala sobre el Generalísimo: “Paco, a partir de ahora, más Ramón y menos
Nicolás”.
-Serrano no aclara en el libro si la muerte del general
Mola fue inducida
Lo
deja en el aire. Le parece mucha casualidad que los dos generales que estaban
por encima de Franco en la conspiración (Sanjurjo y el propio Mola) mueran en
accidente de aviación. Él vio a Mola el día antes de que su avión se
estrellara, habló con él y vio que estaba muy enfadado con Franco. Le contó que
había tenido un altercado con el Caudillo por la dirección de la guerra y que
éste no entraba en razón.
-Mola era la piedra en el zapato de Franco. Quería que
Franco se centrara en el Gobierno y que le dejara a él la dirección de la
guerra.
-Exacto. Y era muy cabezota, también.
-¿Se imagina a Serrano de presidente del Gobierno español
-en lugar de Franco-? ¿Cómo hubiera sido España?
-Con un parlamento y un gobierno de conciliación,
excluidos los comunistas (no quería admitir a quienes mataron a sus hermanos y
pretendían la dictadura del proletariado). Así se lo comunicó en carta a Franco
en el 45.
-¿Y un José Antonio si no hubiera muerto? ¿Hubiera
acabado como Dionisio Ridruejo?
-No, en absoluto. José Antonio tenía mucho carisma. Hubiera rivalizado con Franco. No merece la pena especular, pero hay que decir que José Antonio pretendía un gobierno corporativista.
-No, en absoluto. José Antonio tenía mucho carisma. Hubiera rivalizado con Franco. No merece la pena especular, pero hay que decir que José Antonio pretendía un gobierno corporativista.
-Propuso Serrano llevar la capital del nuevo Estado a
Sevilla ¿hubiera sido un disparate?
-A mí las tesis de Serrano tampoco me convencían.
Creo que él estaba mediatizado por su experiencia madrileña del 36 y en cierta
manera, quería “castigar” a la capital.
-Titula vd. el libro “Valido a su pesar”, ¿a su pesar?
¿seguro? ¿con el poder que llegó a tener?
-Lo
digo porque Franco no acabó de hacerle caso, al margen de que siguiera su
consejo y criterio en muchas ocasiones. Pero “a su pesar” es, sobre todo,
porque Serrano se arrepintió más tarde de haber contribuido a consolidar el
poder absoluto de su cuñado.
-Fue seis veces ministro en los gobiernos de Franco
(1938-42) ¿cómo convencería vd. a las nuevas generaciones de que no era un
'facha'?
-No
quiero convencer a nadie de algo que no vea claramente. Que lean el libro y
saquen sus conclusiones. Pero tengo que decir, porque es otra de las tesis del
libro, que su imagen proalemana, sus uniformes y gestos “fachas” formaron parte
de un disfraz que se adecuaba a la política que quería hacer. Aunque también es
cierto que entre el 38 y el 42 creyó en las virtudes de un régimen totalitario
para salir de la crisis nacional que había supuesto el final de la República y
el estallido de la Guerra Civil.
-¿Cuánto le debe Franco a su cuñado?
-Mucho, sin duda.
En lo bueno y en lo malo. Porque le ayudó mucho al principio, sí, pero luego no
se recató en criticarle y ser muy irónico con “el pariente”, hasta convertirse
en su más ilustre opositor en el interior.
-¿Qué servicio fue más valioso: el diseño jurídico del
nuevo Estado o su papel para frenar a Hitler?
-Es
difícil adjetivar o cuantificar estos dos aspectos, sin entrar en juicios de
valor. Objetivamente pueden resultar muy parecidos, pues ambos tuvieron una
gran trascendencia política e histórica. Para el retrato de Serrano Súñer, es
interesante constatar que son el resultado de sus dos facetas más brillantes,
para las que estaba excepcionalmente dotado: su espíritu y formación jurídicos
y su habilidad diplomática.
-Paradójicamente, la germanofilia de Serrano salvó a
España (de entrar en la Guerra con Hitler)
-No,
no, no es la germanofilia. Eso era el disfraz para que picaran los alemanes. Lo
que salvó a España fue su tesón y habilidad en las entrevistas con el Führer.
-Si Franco le hubiera dejado, Serrano ¿hubiera apostado
por entrar del lado del Eje?
-Rotundamente no. Ninguno de los dos lo quería, en eso estuvieron muy de acuerdo. Ni Franco deseaba en absoluto que “el cabo alemán” viniera a España a darle órdenes ni Serrano podía soportar la idea de involucrar a la patria destrozada en otra guerra.
-Rotundamente no. Ninguno de los dos lo quería, en eso estuvieron muy de acuerdo. Ni Franco deseaba en absoluto que “el cabo alemán” viniera a España a darle órdenes ni Serrano podía soportar la idea de involucrar a la patria destrozada en otra guerra.
-Le contó Serrano a vd. que Hitler tenía “un encanto
irresistible”
-No, no decía eso. Decía que era un histrión, que adoptaba los gestos que le convenían a cada momento. Y que ejercía un poder magnético sobre sus subordinados, pero no lo veía encantador, más bien demoniaco. Siempre lo ha dicho así.
-No, no decía eso. Decía que era un histrión, que adoptaba los gestos que le convenían a cada momento. Y que ejercía un poder magnético sobre sus subordinados, pero no lo veía encantador, más bien demoniaco. Siempre lo ha dicho así.
-¿Qué fue más decisivo para que Franco lo destituyera ¿la
presión de los falangistas? ¿los celos de Carrero Blanco? ¿O el enfado de
Carmen Polo, por el adulterio de Serrano con Sonsoles de Icaza?
-Pues mire usted, tras todos estos años, después de lo que he leído, investigado, pensado y hablado de este tema, no sólo con él, creo que se trata finalmente de una mezcla eficacísima de esos tres vectores, más el de los militares, también celosos e indignados porque la dirección de las relaciones con el Tercer Reich, en pleno avance por Europa, la llevara un civil. Una olla a presión, por decirlo de forma gráfica, avivada también por el mosqueo de Franco ante las insistentes críticas de su cuñado de aquel verano por sus declaraciones contra las democracias occidentales, más la voluntad de Carrero de “limpiar” de porteadores dudosos la peana del sacro caudillo.
-Pues mire usted, tras todos estos años, después de lo que he leído, investigado, pensado y hablado de este tema, no sólo con él, creo que se trata finalmente de una mezcla eficacísima de esos tres vectores, más el de los militares, también celosos e indignados porque la dirección de las relaciones con el Tercer Reich, en pleno avance por Europa, la llevara un civil. Una olla a presión, por decirlo de forma gráfica, avivada también por el mosqueo de Franco ante las insistentes críticas de su cuñado de aquel verano por sus declaraciones contra las democracias occidentales, más la voluntad de Carrero de “limpiar” de porteadores dudosos la peana del sacro caudillo.
-Carrero Blanco fue, al final, más astuto y más
interesante de lo que transmite el tópico.
-Pues
sí, mucho más. A mí también me ha sorprendido. El sí triunfó en lo suyo, que
era pasar desapercibido para llevar las riendas del Régimen y proteger a
Franco. En él, el Caudillo monarca encontró un alfil leal.
-Se habla poco del Serrano promotor de empresas periodísticas:
EFE y Radio Intercontinental... ¿qué destacaría en ese sentido?
-Pues
que tenía una clara vocación periodística, que le gustaba el mundo profesional
de los medios de comunicación. Y debió de disfrutar muchísimo cuando fue Jefe
Nacional de Prensa y Propaganda. Tiene que ser muy fuerte eso de que todos los
periódicos y radios de un país digan lo que tú quieres y callen lo que te
molesta o pone trabas a tu política.
-Pero Efe no era sino el órgano propagandístico de
Franco.
-Sí, claro. En aquella época todo lo público estaba al servicio del Régimen.
-Sí, claro. En aquella época todo lo público estaba al servicio del Régimen.
-¿Quién era más listo Queipo de Llano o Serrano?
-Listo, yo creo que Serrano, un hombre
inteligentísimo que sacó matrícula de honor en todas las asignaturas de la
carrera, por poner un ejemplo. Queipo no era tonto, pero se dejó engañar por
Franco, que lo acabó “desterrando” a Roma como representante suyo. Serrano, sin
embargo, le defendió cuando en el Consejo de Ministros se propuso concederle la
Laureada y varios generales se opusieron. Pero esto no lo tuvo en cuenta
Queipo, que profesaba un odio visceral, de manual, hacia Serrano, por sus
prejuicios militares y porque pensaba que ponía a Franco en su contra. Eso no
era verdad, se ponía él solito con sus declaraciones constantes en pro de un
directorio o favor de la Falange. Queipo, como otros muchos civiles y militares
de entonces, podía llegar a ser muy bruto y le gustaba hacer demostraciones de
chulería grosera y “viril”.
-En el libro, hace vd. la revelación de que Serrano Súñer
confesó su relación con la marquesa de Llanzol y la paternidad de Carmen Díez
de Rivera...Fue un carmelita, el padre Elías el que le hizo a vd. la
revelación.
-Exacto.
Una anécdota muy curiosa, porque yo no lo busqué ni sabía que había sido ese
fraile. Pero coincidió que él estaba viviendo en el santuario carmelita de El
Henar, cerca de Cuéllar, donde mi abuela materna era la señorona del lugar y
camarera de la Virgen. El fraile nos conocía a todos y un verano, en 2004, que
yo estaba veraneando con mis padres en su casa al lado del santuario, vino a
vernos para decírmelo. Como don Ramón acababa de fallecer, ya podía desvelar lo
que fue un secreto de confesión. Él era un gran aficionado a la Historia, había
leído “Historia de una conducta”, mi libro de 1996 y quería dar fe de lo que siempre
se dio por sentado. En 1942, era confesor en la parroquia de General Mola donde
iban los Serrano Polo. Y el destino me ofreció en bandeja la prueba de la
última incógnita de mi biografía.
-La relación de Serrano Súñer con su hija Carmen fue
distante y fría ¿por qué?
-Don
Ramón no podía aceptar algo que clamaba contra la moral católica. Es así,
paradójicamente. La hipocresía, si usted quiere, la doble moral. O más bien el
juego de las apariencias que causan esa doble moral. También hay cierta delicadeza
con el marqués de Llanzol, que había sido camarada y amigo de él. Pero ante
Carmen sí aceptó su paternidad. A veces la llamaba por teléfono y se interesaba
por ella, siempre de forma muy discreta, sin recibirla en casa, sin decir nada
a nadie. Lo cuenta Ana Romero en su libro sobre Carmen. Debió de ser muy penoso
para aquella brillante mujer que tanto se parecía a su padre natural.
-Perteneció a una generación de españoles ilustres:
Ortega, Marañón ¿fue Serrano un ilustrado pragmático?
-Sí.
Muy relacionado con el regeneracionismo de Costa y no con el canovismo caciquil. También discípulo del idealismo orteguiano y lector
atento de Benedetto Croce. Ya sabe usted que Paul Preston, en el prólogo de mi
primer libro sobre Serrano, publicado por Planeta, le llama “el idealista
pragmático”.
-Finalmente ¿qué es lo que fascinó a vd, de la
personalidad de Serrano Súñer? ¿cuál era el secreto de su encanto?
-En
primer lugar, su enorme inteligencia trabada de humor e ironía. También el hecho
de haber sido protagonista en aquellos años dramáticos del siglo XX. Y luego su
encanto personal. Lo cierto es que simpatizamos desde el principio, a pesar de
no comulgar precisamente con las mismas ideas. Tuve una relación privilegiada,
durante doce años, con él de amistad y entendimiento. Nos veíamos a menudo y
pasaba parte del verano con él en su casa de Marbellla. Quizá lo más
impresionante, para mí y para mucha gente, era observar a una persona que había
franqueado la edad “augusta” de los 90, con sus facultades intelectuales
intactas y las mismas costumbres de siempre, incluidos su terrón de azúcar con
café y el purito después de comer. Y así hasta los 102.