lunes, 18 de febrero de 2013

Regalo lectura

Regalo Aniversario

Enviaré un pdf de mi novela Amor es Rey tan Grande a los 20 primeros que lo soliciten, entre mis amigos de Facebook.

Regalo Amor es Rey tan Grande
Tengo la fortuna de poder regalar ejemplares de mis libros siempre que lo deseo, generalmente a amigos pero también a personas que acabo de conocer. A pesar de la drástica reducción de copias que las editoriales ponen a disposición del autor (yo he pasado de 80 en 1996 a 50 en 2000 y sólo diez desde hace algunos años), he conseguido generalmente hacerme con más, bien comprándoselos a la editorial con la usual reducción del 40% de precio de venta, bien quedándome con los últimos 200 ó 300 cuando la edición se iba a agotar y el libro iba a ser descatalogado. Así he podido repartir generosamente Los Dominios del Lenguaje, Historia de una Conducta, Por El Empecinado y la Libertad Elogio de la Amistad, por ejemplo.

Los demás me cuestan dinero, porque una vez que agotas los diez de gracia, pides más y te descuentan su precio en la cuenta de resultados. Así que regalar nuestros propios libros nos suele costar dinero a los escritores, algo que poca gente sabe y que nosotros no solemos decir, naturalmente.

Yo he regalado muchos y lo seguiré haciendo. Pero ahora la cosa ha cambiado. Puesto que han surgido nuevos competidores, que son las páginas web que lo ofrecen como descarga gratis, no voy a ser yo menos.

Ya he dicho que creo que todos los canales me parecen positivos a la hora de que un libro llegue a un lector. No soy en absoluto egoísta, ni avaricioso, ni me trastorna pensar que un regalo significa una venta menos. La lectura, y la cultura en general, es un regalo para el pensamiento y no siempre tiene que pagarse por ellas. Creo en la facultad de compartir y en el equilibrio de una sociedad libre y abierta en la que hay sitio para todos. Hay que fomentar los derechos universales, especialmente que puedan leer obras quienes no tienen poder adquisitivo. Para eso están las bibliotecas, por ejemplo. Si una presta 40 veces una obra mía, no me voy a poner a pensar "qué pena, cuánto dinero he perdido". Sería estúpido, cicatero y ridículo.

Además, como tampoco ganamos los escritores mucho por cada ejemplar, pues tampoco es para tanto. Lo cierto es que nos pagan únicamente el 10% del precio final, algo que en general tampoco sabe la gente. Pero no creáis, que tampoco gana mucho la editorial, ni la librería, ni la imprenta. Como siempre ocurre en el capitalismo salvaje, la parte del león se la lleva el intermediario, el que hace posible que el producto llegue al consumidor, es decir, la distribuidora. Además, esta instancia del proceso industrial de un libro es la que decide dónde y cómo sale, incluso el tiempo que permanece "en cartel", a veces sin ningún criterio fiable.

Pero todo esto está cambiando, como dice el colega argentino cuyo blog subió a Facebook ayer Gonzalo Escarpa en mi hilo del Druida. Se trata del "mundo antiguo" y sus métodos, que están siendo arrumbados poco a poco por el "mundo nuevo" y los suyos. Algo ha de cambiar la industria del papel impreso si quiere seguir compitiendo con el universo digital y el entorno electrónico. Estoy seguro de que los libros de papel permanecerán, porque son uno de los mejores inventos de la humanidad, pero de un modo más selectivo, menos hiperinflacionista, menos agresivo. Se talarán menos árboles y tal vez haya libros mejores, más cuidados, únicos de verdad.


DICHO ESTO, VUELVO AL PRINCIPIO

Me he dado cuenta de que en este febrero de 2013 se cumplen 20 años desde que me puse a escribir de manera profesional, de una vez por todas. Sí, fue en 1993, tras un 92 alejado del espejismo de la Madre Patria y sus grandes fastos, el mismo en que nació mi adorado Lucas Medrano von Oppenheim, el ahijado que me ofrecieron con todo su amor sus padres, mis amigos íntimos Flora y Guri. 

Había pasado el 92 estuve haciendo Grandes Reportajes Internacionales en la Agencia United World para The Observer, principalmente (el dominical del Guardian londinense), pero también para la revista Paris-Match y el periódico USA-TODAY. Estuve en Praga y Bratislava durante los dos meses que se separaron (un tiempo fascinante que coincidió con la olimpiadas de Barcelona que yo, tontuno, veía con el fotógrafo en la tele de la habitación del hotel con lágrimas en los ojos, pensando que aquello era por fin la salida de nuestro país al mundo, que tanto habíamos deseado y por la que habíamos luchado. También en Sofia, una ciudad de la que me enamoré y donde escuché la noticia de la muerte de Camarón, entre lloros y pesares de varios españoles. Luego vino Madeira, un paraíso de belleza donde seguí los pasos de Sissí, la emperatriz errante y melancólica cuya vida empecé a investigar por entonces. Luego fue Lisboa, más tarde Viena y Budapest (donde seguí con la huella de Sissí) y por fin Montevideo, tres mese plenos en los que contemplé fascinado la huella masónica de su fundación y el carácter admirable de los uruguayos. 

Me habían venido bien aquellos viajes y pude ganar bastante dinero como para volver a Madrid con la idea de ser free-lance. Al llegar de Londres, en el 89, me había instalado en la Villa y Corte para estudiar la oposición diplomática. Dos años tremendos en el barrio de la Concepción, donde se rodó ¿Qué he hecho yo para merecer est? de Almodóvar. Muy felices, por cierto. Con mis hermanos Javier y Pablo y haciendo cenas para mis viejos amigos de Madrid. Ahí aprendí la displina del trabajo para escribir de verdad. Gracias a las 14 horas de estudio diarios, a ponerme a las 7 de la mañana y no despegar el culo del asiento. La oposición quedó en humo de pajas (a pesar de llegar al 5º ejercicio, me tumbaron "al ser demasiado mayor", por lo visto). Tenía 35 años, había recalado en Madrid, una ciudad que adoraba, y ya era hora de dedicarme a lo que más quería, después de muchas aventuras y demasiado dilentastismo. Sí, yo era de ésos que siempre estaban a punto de escribir un gran libro pero nunca lo hacía. De vez en cuando publicaba en algún periódico y mi vocación seguía ahí, martilleándome cada vez que concluía la lectura de uno. En mi primer carnet de identidad, a los 18 años, ya había puesto de profesión "escritor". Ahora quería serlo de veras.

Empecé colaborando con Amnistía Internacional para su informe anual, haciendo trabajos de traducción y escribiendo en varias revistas. Escribí una primera novela, Efecto Placebo, que corregí a tope y finalmente no publiqué siguiendo el sabio consejo de mi colega Guri Medrano. En 1991 me había instalado en Plaza de la Villa y allí me sentí identificado y feliz. El tema del primer libro, quién me lo iba a decir, vino de mis encuentros con Serrano Suñer a quien conocí en 1989, en mi época de Escuela Diplomática. Tras 6 años de conversaciones, comencé a escribir la novela en el 95 y la conseguí publicar en Planeta. De hecho fue el primer título de la colección la España Plural, que sustituía a Espejo de España de Rafael Borrás, a quien echaron de malas maneras por entonces (ya empezaba el siniestro "baile" editorial). El segundo fue de Umbral y el tercero de César Vidal. Los tres los presentamos juntos en el Hotel Palace en el 96.

Tras un breve librito dirigido a universitarios, con el título Los Dominios del Lenguaje, en el que hablaba del origen de la escritura y otros cuantos temas que me apetecían y que publicó la editorial SM, llegó Amor es Rey tan Grande.

Estábamos apurando el siglo. En aquellos años finales de 1998 y 1999, yo escribía muchísimo en el diario El Mundo, sobre todo temas de Historia tanto en Crónica como en el Magazine o en las páginas de cultura. También en aquella estupenda separata que fue El Reportaje de la Historia. Ahí es donde me leían y por lo que empezaron a conocerme los editores. La primera en seducirme fue Mayte Cuadros, la directora de Maeva, mujer espléndida que me propuso que publicara de algún tema que me emocionara. Yo quería escribir sobre una mujer, estaba empeñado. Quería profundizar en el dramático papel que han tenido que jugar las mujeres a lo largo de la Historia. Tenía a Sissí y a Juana la Beltraneja, otra víctima cuyo tremendo destino me fascinaba. Sobre las dos había empezado libros, que aún duermen el sueño de los nonatos en mis archivos. Pero cuando descubrí a Leonor de Guzmán, La Favorita, me quedé prendado. Como su querido Alfonso Onceno de Castilla también me fascinó, pues miel sobre hojuelas, ya no había otra opción. Además salía María de Molina, otra de mis heroínas favoritas.

Entonces no me di cuenta, ahora sí. Todas son reinas. Por eso, el ingenioso de Javier Marías, mi vecino y amigo, al saber que publicaba nuevo libro le preguntó a un amigo común ¿Y ahora de qué reina es? Muy simpático el comentario, jugando con el ambiguo término "reina". Resultó que el siguiente libro fue sobre Juan de la Cosa, así que de reina nada. Entonces me hirió el comentario, hoy me hace gracia y comprendo el chiste.

El libro se publicó con ese curioso título que elegí de un verso de Quevedo. Era grueso y tenía la letra grande, como yo quería. Lo concebí como una ópera y por eso tiene obertura, cuatro movimientos y arrebato final. Tiene muchos personajes (demasiados para algunos lectores) y la buena de Leonor no aparece hasta la página doscientas y pico de las 480 que tiene (mi madre me lo reprochó). Se desarrolla en la primera mitad del siglo XIV, una época muy desconocida en la que ocurrieron grandes cosas como la disolución de la Orden del Temple, por ejemplo, que naturalmente aparece en la novela. Tiene un vibrante prólogo de mi querido Fernando García de Cortázar, el gran historiador. Lo presenté en la Torre de los Lujanes, mi casa vecina de Plaza de la Villa. Fue emocionante. Esa sala decimonónica de bancos de terciopelo rojo, bajo los retratos de los primeros Borbones fundadores de academias. Actuaron como sólidos presentadores Fernando G. de Cortázar y Miguel Herrero de Miñón, gran amigo y convecino de la plaza que hizo una presentación fantástica, llena de humor y sabiduría. Hubo música, un dúo de chelo y viola con mi querida Cayetana Cores y una colega en una ejecución soberbia de piezas renacentistas. Como era junio y hacía calor, pedí que el cóctel se extendiera a la salida mudéjar, en los aledaños de la plaza. Así se hizo y los camareros llegaron a ofrecer bandejas de delicatessen a algunos viandantes, sin saber si eran de los nuestros o no. Unas argentinas que pasaban y tomaron salmón con gorgonzola dijeron a mis espaldas: "¡Vihte cómo son estos españoles de auténticos! Te agasajan en los sitios históricos".

La primera edición se vendió pronto y hubo una segunda. Entre las dos sumaron cerca de 8.000 ejemplares. Luego Mayte Cuadros, con mi estupenda agente Alicia Glez. Sterling de Bookbank, lo publicó en bolsillo en Suma de Letras, la editorial del Grupo Prisa. Ahí se agotó toda la edición y ni siquiera pude pedir más ejemplares (a día de hoy me queda sólo uno, testimonial). Luego se interesó Círculo de Lectores, que sacó una cuarta edición muy bonita, de tapa dura, más delgada pero también con letra grande, y papel más fino obviamente. Lo del Círculo fue toda una sorpresa. Creo que vendió unos 18.000 ejemplares. En total fueron algo más de 30.000.

Por eso siento que está más que amortizado. La edición digital, sin embargo no me ha dado réditos ni se está adquiriendo. Un misterio. O un problema de promoción, supongo.

Por eso regalo esta obra. Y lo hago yo, que soy su auténtico dueño, sin intermediarios. Existe una edición digital, sí, en Leer-e. Pero como no sé apenas nada de ellos, tampoco me siento obligado a informarles, porque además esto es un regalo mío, una promoción si quieren, para que si alguien quiere comprarlo (4,05 €) lo pueda pedir a la editorial Leer-e. Tendrá que teclear el título Amor es Rey tan Grande, porque curiosamente mi nombre no aparece en el motor de búsqueda. Me temo que las editoras digitales también tienen que mejorar.

En otra entrada de este blog hablaré más del libro y pondré el índice, que es casi una novela en sí mismo, para quien pueda estar interesado. 



No lo olvidéis, amiguitos, los 20 primeros que lo soliciten lo tendrán gratis como pdf, para descargarlo en su reader u ordenata. La fórmula es enviarme vuestro correo, si no lo tengo, y ahí lo recibiréis empaquetado y listo para vuestro placer.

Os quiero como un escritor quiere a sus lectores, de una forma extraña, sutil pero apasionada, algo así como la buena de Marifé quería a su público. Y sois mis amigos de Facebook, pues todavía más.

Ignazio