viernes, 3 de enero de 2014

Valido a su pesar

Entrevista con Alfonso Basallo

Alfonso Basallo es un periodista auténtico, de escuela y redacción, que siempre se ha dedicado a la cultura aunque le haya tocado dirigir más de una vez. Lo conocí en El Mundo, en la redacción de La Esfera, creo que a principios del 98, cuando dirigía el extra cultural Miguel Munárriz y él era redactor-jefe. Formábamos un equipo compacto entre periodistas de la redacción y colaboradores free-lance, como yo. La Esfera llegó a un nivel difícil de alcanzar. Era ameno, riguroso, no nos casábamos con nadie y tenía una estupenda maquetación. Yo debuté con una entrevista a Paul Preston en página doble central y que fue portada con una composición preciosa y muy original. Dos años después llegó la catástrofe. Pedro J. se empeñó en comprar El Cultural a Luis M. Anson y se cargó aquella maravilla. Sic transit gloria mundi.

   Alfonso dejó aquello y tuvo un periplo acorde con su pertenencia al SEU. Dirigió Época, donde también publiqué bastantes artículos y luego ha estado en La Gaceta como jefe de cultura. Ahora está con un pie en el estribo, como todos, porque la aventura de ese periódico se acaba y ha decidido acabar el doctorado, el tío, para ponerse a dar clase. Es de mi edad y tiene nueve hijos, muchos ya en la Universidad, así que no puede quedarse en su casa lamentándose.
   He querido hacerle este pequeño homenaje porque es un hombre de ley y estupendo periodista. Que tengamos ideas muy contrarias en ética civil (aborto, etc.) que él sea católico militante y yo francmasón confeso, no impide que seamos buenos amigos y nos tengamos cariño y simpatía. Siempre ha hecho excelentes reseñas, artículos de fondo y entrevistas de casi todas mis obras. Nunca se lo he dicho, pero desde aquí quiero darle las gracias por su genuino interés y su franca caballerosidad. Cuando era redactor-jefe y yo colaborador nunca me quitó una coma sin consultármelo antes. Y publicamos muchos artículos, sobre todo en aquella separata que fue "El Reportaje de la Historia" y luego él editó en un gran volumen con la editorial La Esfera de los Libros.

   Esta entrevista es de finales de diciembre de 2013.

-¿Quién era, en realidad, Serrano Súñer? ¿un dandi?, ¿un joseantoniano aseado?, ¿un cuñado maquiavélico?
-En este libro precisamente sostengo que Serrano Súñer era, por encima de todo, un dandi. Y lo era en el sentido más filosófico: rebelde, exquisito, con gusto por la fama y el proscenio público, pero al mismo tiempo distante y reacio a su servidumbre. Como también era contrario a la adulación y le horrorizaba la banalidad del pensamiento y la arrogancia vital, sus hechuras de dandi condicionaron en gran medida su conducta política.
Fue joseantoniano por admiración al amigo del alma y lealtad a su legado político, también como albacea señalado en su testamento por el mártir, pero no se sintió falangista ni lo era por convicción, como él ha repetido muchas veces. Nunca pidió el carnet. Defendió a los falangistas “auténticos” tras la victoria y dirigió el partido único, como un modo de compensar el poder omnímodo de Franco, tarea en la que fracasó como él mismo admite.
Cuñado sí fue, pero no maquiavélico, si atendemos por tal el principio de conservar el poder a cualquier precio. Todo lo contrario, él estaba en contra de la “sacralización” de la figura de Franco, de que entrara bajo palio en las iglesias, por ejemplo. No llevó a cabo tampoco turbios manejos para conservar su mando y por eso lo perdió. Su idea del poder político es más tomista que maquiavélica, desde luego, pero la opinión de sus coetáneos, que lo veían como el poderoso valido, incluía el adjetivo “maquiavélico” como adorno para resaltar un matiz turbio, frío o malvado, en una pueril y simplista forma de vengarse emocionalmente de su brillantez como político.

-O simplemente la eminencia gris de un Régimen...
-Fue la eminencia gris del primer franquismo, no del Régimen que vendría después. Su arquitecto jurídico y el que lo sacó a flote de la contienda civil y lo salvó de la embestida nazi.

-La vida de Ramón Serrano Súñer parece una novela de aventuras: escapó disfrazado de mujer de los milicianos...
-El verano y otoño de 1936 significaron para él una prueba existencial al límite, como para muchos españoles. Fue detenido en julio y sufrió dos simulacros de fusilamiento, estuvo encerrado en la Cárcel Modelo de Madrid junto a otros políticos, aristócratas, militares y falangistas que, para las milicias republicanas, representaban lo que Mola llamó la “quinta columna” que habría de abrir las puertas de la capital a los rebeldes. Vio como los comunistas y anarquistas mataban a muchos de sus compañeros y consiguió que lo trasladaran a una clínica por padecer del estómago. De allí salió disfrazado, sí, pero no de mujer de miliciano sino de abuela renqueante del brazo de un diplomático de la legación holandesa, confundidos entre las visitas que hubo un día a las víctimas de un bombardeo. Luego llegó a Alicante en un coche camuflado y allí se embarcó como marinero raso argentino en el torpedero “Tucumán”. Realmente, la aventura es digna de Alejandro Dumas o de aquel fantástico personaje que fue Pimpinela Escarlata en el periodo más sangriento de la Revolución francesa, pero la vivencia fue tan brutal que pertenece más al género de la tragedia que al de aventuras. El final, como usted sabe, fue enterarse del asesinato de sus dos queridísimos hermanos en las sacas de Aravaca de septiembre, cuando ya estaba en Salamanca sano y salvo en febrero del 37.

-Allí tuvo otro poderoso rival, Nicolás Franco, hermano del Caudillo ¿cómo logró sortearlo?
-Serrano era un hombre persuasivo cuando le asistía la razón. Al llegar a Salamanca se dio cuenta de que la incipiente administración política que había montado allí “el Hermanísimo” se basaba en el clientelismo y la corrupción, el viejo cáncer de la Restauración canovista. Alertó a Franco y éste, aunque renuente pues se trataba de su hermano mayor (quien además lo había aupado a la Jefatura del Estado), comprendió y accedió a alejarlo, mandándolo como embajador a Lisboa. En el asunto intervino también Carmen Polo, quien molesta por la rivalidad de su cuñada, la también “señora de Franco”, prefería de segundo a su inteligente cuñado Ramón, que estaba casado con su hermana Zita, quien ya no era “señora de Franco”. Así que fue doña Carmen quien dio la orden a su marido en la alcoba (como ella misma le contó a Zita), aquel campo de operaciones donde debía de actuar como una auténtica mariscala sobre el Generalísimo: “Paco, a partir de ahora, más Ramón y menos Nicolás”.

-Serrano no aclara en el libro si la muerte del general Mola fue inducida
Lo deja en el aire. Le parece mucha casualidad que los dos generales que estaban por encima de Franco en la conspiración (Sanjurjo y el propio Mola) mueran en accidente de aviación. Él vio a Mola el día antes de que su avión se estrellara, habló con él y vio que estaba muy enfadado con Franco. Le contó que había tenido un altercado con el Caudillo por la dirección de la guerra y que éste no entraba en razón.

-Mola era la piedra en el zapato de Franco. Quería que Franco se centrara en el Gobierno y que le dejara a él la dirección de la guerra.
-Exacto. Y era muy cabezota, también.

-¿Se imagina a Serrano de presidente del Gobierno español -en lugar de Franco-? ¿Cómo hubiera sido España?
-Con un parlamento y un gobierno de conciliación, excluidos los comunistas (no quería admitir a quienes mataron a sus hermanos y pretendían la dictadura del proletariado). Así se lo comunicó en carta a Franco en el 45.

-¿Y un José Antonio si no hubiera muerto? ¿Hubiera acabado como Dionisio Ridruejo?
-
No, en absoluto. José Antonio tenía mucho carisma. Hubiera rivalizado con Franco. No merece la pena especular, pero hay que decir que José Antonio pretendía un gobierno corporativista.

-Propuso Serrano llevar la capital del nuevo Estado a Sevilla ¿hubiera sido un disparate?
-A mí las tesis de Serrano tampoco me convencían. Creo que él estaba mediatizado por su experiencia madrileña del 36 y en cierta manera, quería “castigar” a la capital.

-Titula vd. el libro “Valido a su pesar”, ¿a su pesar? ¿seguro? ¿con el poder que llegó a tener?
-Lo digo porque Franco no acabó de hacerle caso, al margen de que siguiera su consejo y criterio en muchas ocasiones. Pero “a su pesar” es, sobre todo, porque Serrano se arrepintió más tarde de haber contribuido a consolidar el poder absoluto de su cuñado.

-Fue seis veces ministro en los gobiernos de Franco (1938-42) ¿cómo convencería vd. a las nuevas generaciones de que no era un 'facha'?
-No quiero convencer a nadie de algo que no vea claramente. Que lean el libro y saquen sus conclusiones. Pero tengo que decir, porque es otra de las tesis del libro, que su imagen proalemana, sus uniformes y gestos “fachas” formaron parte de un disfraz que se adecuaba a la política que quería hacer. Aunque también es cierto que entre el 38 y el 42 creyó en las virtudes de un régimen totalitario para salir de la crisis nacional que había supuesto el final de la República y el estallido de la Guerra Civil.

-¿Cuánto le debe Franco a su cuñado?
-Mucho, sin duda. En lo bueno y en lo malo. Porque le ayudó mucho al principio, sí, pero luego no se recató en criticarle y ser muy irónico con “el pariente”, hasta convertirse en su más ilustre opositor en el interior.

-¿Qué servicio fue más valioso: el diseño jurídico del nuevo Estado o su papel para frenar a Hitler?
-Es difícil adjetivar o cuantificar estos dos aspectos, sin entrar en juicios de valor. Objetivamente pueden resultar muy parecidos, pues ambos tuvieron una gran trascendencia política e histórica. Para el retrato de Serrano Súñer, es interesante constatar que son el resultado de sus dos facetas más brillantes, para las que estaba excepcionalmente dotado: su espíritu y formación jurídicos y su habilidad diplomática.

-Paradójicamente, la germanofilia de Serrano salvó a España (de entrar en la Guerra con Hitler)
-No, no, no es la germanofilia. Eso era el disfraz para que picaran los alemanes. Lo que salvó a España fue su tesón y habilidad en las entrevistas con el Führer.

-Si Franco le hubiera dejado, Serrano ¿hubiera apostado por entrar del lado del Eje?
-Rotundamente no. Ninguno de los dos lo quería, en eso estuvieron muy de acuerdo. Ni Franco deseaba en absoluto que “el cabo alemán” viniera a España a darle órdenes ni Serrano podía soportar la idea de involucrar a la patria destrozada en otra guerra.

-Le contó Serrano a vd. que Hitler tenía “un encanto irresistible”
-No, no decía eso. Decía que era un histrión, que adoptaba los gestos que le convenían a cada momento. Y que ejercía un poder magnético sobre sus subordinados, pero no lo veía encantador, más bien demoniaco. Siempre lo ha dicho así.

-¿Qué fue más decisivo para que Franco lo destituyera ¿la presión de los falangistas? ¿los celos de Carrero Blanco? ¿O el enfado de Carmen Polo, por el adulterio de Serrano con Sonsoles de Icaza?
-Pues mire usted, tras todos estos años, después de lo que he leído, investigado, pensado y hablado de este tema, no sólo con él, creo que se trata finalmente de una mezcla eficacísima de esos tres vectores, más el de los militares, también celosos e indignados porque la dirección de las relaciones con el Tercer Reich, en pleno avance por Europa, la llevara un civil. Una olla a presión, por decirlo de forma gráfica, avivada también por el mosqueo de Franco ante las insistentes críticas de su cuñado de aquel verano por sus declaraciones contra las democracias occidentales, más la voluntad de Carrero de “limpiar” de porteadores dudosos la peana del sacro caudillo.

-Carrero Blanco fue, al final, más astuto y más interesante de lo que transmite el tópico.
-Pues sí, mucho más. A mí también me ha sorprendido. El sí triunfó en lo suyo, que era pasar desapercibido para llevar las riendas del Régimen y proteger a Franco. En él, el Caudillo monarca encontró un alfil leal.

-Se habla poco del Serrano promotor de empresas periodísticas: EFE y Radio Intercontinental... ¿qué destacaría en ese sentido?
-Pues que tenía una clara vocación periodística, que le gustaba el mundo profesional de los medios de comunicación. Y debió de disfrutar muchísimo cuando fue Jefe Nacional de Prensa y Propaganda. Tiene que ser muy fuerte eso de que todos los periódicos y radios de un país digan lo que tú quieres y callen lo que te molesta o pone trabas a tu política.

-Pero Efe no era sino el órgano propagandístico de Franco.
-Sí, claro. En aquella época todo lo público estaba al servicio del Régimen.

-¿Quién era más listo Queipo de Llano o Serrano?
-Listo, yo creo que Serrano, un hombre inteligentísimo que sacó matrícula de honor en todas las asignaturas de la carrera, por poner un ejemplo. Queipo no era tonto, pero se dejó engañar por Franco, que lo acabó “desterrando” a Roma como representante suyo. Serrano, sin embargo, le defendió cuando en el Consejo de Ministros se propuso concederle la Laureada y varios generales se opusieron. Pero esto no lo tuvo en cuenta Queipo, que profesaba un odio visceral, de manual, hacia Serrano, por sus prejuicios militares y porque pensaba que ponía a Franco en su contra. Eso no era verdad, se ponía él solito con sus declaraciones constantes en pro de un directorio o favor de la Falange. Queipo, como otros muchos civiles y militares de entonces, podía llegar a ser muy bruto y le gustaba hacer demostraciones de chulería grosera y “viril”.

-En el libro, hace vd. la revelación de que Serrano Súñer confesó su relación con la marquesa de Llanzol y la paternidad de Carmen Díez de Rivera...Fue un carmelita, el padre Elías el que le hizo a vd. la revelación.
-Exacto. Una anécdota muy curiosa, porque yo no lo busqué ni sabía que había sido ese fraile. Pero coincidió que él estaba viviendo en el santuario carmelita de El Henar, cerca de Cuéllar, donde mi abuela materna era la señorona del lugar y camarera de la Virgen. El fraile nos conocía a todos y un verano, en 2004, que yo estaba veraneando con mis padres en su casa al lado del santuario, vino a vernos para decírmelo. Como don Ramón acababa de fallecer, ya podía desvelar lo que fue un secreto de confesión. Él era un gran aficionado a la Historia, había leído “Historia de una conducta”, mi libro de 1996 y quería dar fe de lo que siempre se dio por sentado. En 1942, era confesor en la parroquia de General Mola donde iban los Serrano Polo. Y el destino me ofreció en bandeja la prueba de la última incógnita de mi biografía.

-La relación de Serrano Súñer con su hija Carmen fue distante y fría ¿por qué?
-Don Ramón no podía aceptar algo que clamaba contra la moral católica. Es así, paradójicamente. La hipocresía, si usted quiere, la doble moral. O más bien el juego de las apariencias que causan esa doble moral. También hay cierta delicadeza con el marqués de Llanzol, que había sido camarada y amigo de él. Pero ante Carmen sí aceptó su paternidad. A veces la llamaba por teléfono y se interesaba por ella, siempre de forma muy discreta, sin recibirla en casa, sin decir nada a nadie. Lo cuenta Ana Romero en su libro sobre Carmen. Debió de ser muy penoso para aquella brillante mujer que tanto se parecía a su padre natural.

-Perteneció a una generación de españoles ilustres: Ortega, Marañón ¿fue Serrano un ilustrado pragmático?
-Sí. Muy relacionado con el regeneracionismo de Costa y no con el canovismo caciquil. También discípulo del idealismo orteguiano y lector atento de Benedetto Croce. Ya sabe usted que Paul Preston, en el prólogo de mi primer libro sobre Serrano, publicado por Planeta, le llama “el idealista pragmático”.

-Finalmente ¿qué es lo que fascinó a vd, de la personalidad de Serrano Súñer? ¿cuál era el secreto de su encanto?
-En primer lugar, su enorme inteligencia trabada de humor e ironía. También el hecho de haber sido protagonista en aquellos años dramáticos del siglo XX. Y luego su encanto personal. Lo cierto es que simpatizamos desde el principio, a pesar de no comulgar precisamente con las mismas ideas. Tuve una relación privilegiada, durante doce años, con él de amistad y entendimiento. Nos veíamos a menudo y pasaba parte del verano con él en su casa de Marbellla. Quizá lo más impresionante, para mí y para mucha gente, era observar a una persona que había franqueado la edad “augusta” de los 90, con sus facultades intelectuales intactas y las mismas costumbres de siempre, incluidos su terrón de azúcar con café y el purito después de comer. Y así hasta los 102.



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