Transfigurado. Convertido. Neófito de otro estar en el mundo, nuevo ropaje para el yo como diría el maestro Foucault, manteo que no pienso quitarme en mucho tiempo.
He ascendido a la montaña para abrazar el ser que soñé de niño.
Fui durante muchos años hombre del llano y las vegas umbrías, de álamos junto a los ríos, chopos solitarios y atardeceres en lontananza, lentos, quietos, irreales, cuajados de ámbar, el vientre inmenso del horizonte engullendo al sol en silenciosa cópula. Castilla eterna, vieja y señorial, madre y madrastra, hecha para soñadores ante tanto cielo.
Otros tantos años fui de urbe y hervidero humano. Londres, París, Amsterdam, Barcelona, Valencia: el dulce transcurrir entre arquitecturas y parques, los cafés y los cines, el paso amortiguado en los museos, el abrigo de las librerías, su luz de cuevas civilizadas. Madrid, la grande, la noble, preciosa y patética, ruidosa y desengañada, con jirones de majestad inquebrantable. Chapiteles de la Casa de la Villa. Arquitrabes, frisos, cornisas y frontones de sus balcones, siempre presentes. El mudéjar de los Lujanes junto a mi balcón del cielo. Las campanas ¡ah! las campanas de al menos 18 templos. Palacios, torres, cúpulas, mansiones, calles de Lavapiés y los Austrias. Demasiada gente. Manadas de peregrinos con el sambenito de turistas erráticos y torpes en el deambular urbano. Festival de tabernas. Ruido en la mente.
Hoy me he transformado en hombre de montaña.
Y he querido dar al momento su pequeño rito: como acto de comunión y deseo de alcanzar el estado de gracia que me otorga la Naturaleza, tan ofrecida y rica en prodigios, me he llevado una porción de nieve a la boca. El sol brillaba. El cielo, espléndido, ponía el azul virgen de su corona sobre la majestad de las laderas. Nieve apretada y tan pura, que al pisarla continuaba blanca.
Toc-toc. Se puede?
ResponderEliminarPuedo imaginar que ha sido un momento delicioso.
Adelante mademoiselle. Está usted en su casa.
ResponderEliminarEn efecto, ha sido intenso, de felicidad entre infantil y madura. Me he reído solo. Y he disfrutado escuchando el crujir de la nieve, dulce como si le gustara. He bajado rejuvenecido.
Que preciosidad, Ignazio.
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