martes, 21 de febrero de 2012

Neonato en el Valle de los Siete Picos

Transfigurado. Convertido. Neófito de otro estar en el mundo, nuevo ropaje para el yo como diría el maestro Foucault, manteo que no pienso quitarme en mucho tiempo.
     He ascendido a la montaña para abrazar el ser que soñé de niño. 
     
     Fui durante muchos años hombre del llano y las vegas umbrías, de álamos junto a los ríos, chopos solitarios y atardeceres en lontananza, lentos, quietos, irreales, cuajados de ámbar, el vientre inmenso del horizonte engullendo al sol en silenciosa cópula. Castilla eterna, vieja y señorial, madre y madrastra, hecha para soñadores ante tanto cielo.
     Otros tantos años fui de urbe y hervidero humano. Londres, París, Amsterdam, Barcelona, Valencia: el dulce transcurrir entre arquitecturas y parques, los cafés y los cines, el paso amortiguado en los museos, el abrigo de las librerías, su luz de cuevas civilizadas. Madrid, la grande, la noble, preciosa y patética, ruidosa y desengañada, con jirones de majestad inquebrantable. Chapiteles de la Casa de la Villa. Arquitrabes, frisos, cornisas y frontones de sus balcones, siempre presentes. El mudéjar de los Lujanes junto a mi balcón del cielo. Las campanas ¡ah! las campanas de al menos 18 templos. Palacios, torres, cúpulas, mansiones, calles de Lavapiés y los Austrias. Demasiada gente. Manadas de peregrinos con el sambenito de turistas erráticos y torpes en el deambular urbano. Festival de tabernas. Ruido en la mente.


     Hoy me he transformado en hombre de montaña. 
     Y he querido dar al momento su pequeño rito: como acto de comunión y deseo de alcanzar el estado de gracia que me otorga la Naturaleza, tan ofrecida y rica en prodigios, me he llevado una porción de nieve a la boca. El sol brillaba. El cielo, espléndido, ponía el azul virgen de su corona sobre la majestad de las laderas.   Nieve apretada y tan pura, que al pisarla continuaba blanca.

3 comentarios:

  1. Toc-toc. Se puede?
    Puedo imaginar que ha sido un momento delicioso.

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  2. Adelante mademoiselle. Está usted en su casa.
    En efecto, ha sido intenso, de felicidad entre infantil y madura. Me he reído solo. Y he disfrutado escuchando el crujir de la nieve, dulce como si le gustara. He bajado rejuvenecido.

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  3. Que preciosidad, Ignazio.

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